LEYENDA SHINIGAMI
(Adaptación de Un Amante de Ensueño
de la autora Sherrilyn Kenyon)
CAPÍTULO 4
Ichigo
alzó una ceja ante la cruda e inesperada analogía. Pero más que las
palabras, lo que le sorprendió fue el tono amargo de su voz que hacía
ver que en el pasado debieron de utilizarla. Entendía que se asustase de
él.
Una imagen de Inoue le pasó por la mente y sintió
una punzada de dolor en el pecho, tan feroz que tuvo que recurrir a su
firme entrenamiento para no tambalearse. Tenía muchos pecados que
expiar. Algunos habían sido tan grandes que dos mil años de cautiverio
no eran más que el principio de su condena.
Cerró los
ojos y se obligó a alejar esos pensamientos. Eso era, nunca mejor dicho,
historia antigua. Tenía que centrarse en el presente.
Ahora
entendía lo que Rangiku quiso decirle cuando le habló sobre Rukia. Por
eso le convocaron. Para mostrarle a Rukia que el sexo podía ser
divertido. Nunca antes se había encontrado en una situación semejante.
Mientras
la observaba, sus labios dibujaron una lenta sonrisa. Ésta sería la
primera vez que tendría que perseguir a una mujer para que lo aceptara.
Sabía que, por lo testaruda que parecía, llevársela a la cama sería un
reto comparable al de tender una emboscada a los arrancar. Sí, iba a
saborear cada momento. Igual que acabaría saboreando cada dulce
centímetro de su cuerpo.
Rukia tragó saliva ante la
primera sonrisa genuina de Ichigo. La sonrisa suavizaba su expresión y
lo hacía aún más devastador. ¿Qué demonios estaría pensando para sonreír
así?
El reloj de pared del recibidor de la escalera, dio la una.
—¡Qué tarde es! —dijo asombrada por la hora—. Tengo que levantarme temprano.
—¿Te vas a dormir?
—Sí,
mañana trabajo —vio como él fruncía el ceño…¿dolorido?—. ¿Te ocurre
algo? —Ichigo negó con la cabeza—. Bueno, entonces voy a enseñarte el
sitio donde vas a dormir y…
—No tengo sueño.
— ¿Qué?
Ichigo
la miró, incapaz de encontrar las palabras exactas para describirle lo
que sentía. Llevaba atrapado tanto tiempo en el libro, que lo único que
quería hacer era correr o saltar. Hacer algo para celebrar su repentina
libertad de movimientos. La idea de permanecer tumbado en la oscuridad
un solo minuto más…
—He estado descansando desde 1895
—le explicó—. No estoy muy seguro de los años que han transcurrido, pero
por lo que veo, han debido ser unos cuantos.
—Estamos
en el año 2015 —le informó Rukia—. Has estado «durmiendo» durante 120
años —No, se corrigió ella misma. No había estado durmiendo. Había
estado encerrado, aislado y solo—. Me gustaría poder quedarme despierta
pero si no duermo lo suficiente, mi cerebro se convierte en gelatina y
se queda sin batería.
—Te entiendo. Al menos entiendo lo esencial, aunque no sé que son la gelatina ni la batería.
Rukia todavía percibía su desilusión.
—Puedes ver la televisión.
—¿Televisión?
Cogió
el cuenco vacío y lo limpió antes de regresar con Ichigo a la sala de
estar. Encendió el televisor y lo enseñó a cambiar los canales con el
mando a distancia.
—Increíble —susurró él mientras hacía zapping por primera vez.
—Sí, es algo muy útil.
Eso
lo mantendría ocupado. Después de todo, los hombres sólo necesitaban
tres cosas para ser felices: comida, sexo y un mando a distancia. Dos de
tres deberían mantenerlo satisfecho un rato.
—Bueno —dijo mientras se dirigía a las escaleras—. Buenas noches.
Al
pasar a su lado, Ichigo le tocó el brazo. Y, aunque su roce fue muy
ligero, Rukia sintió una descarga eléctrica. Con el rostro inexpresivo,
sus ojos dejaban ver todas las emociones que lo invadían. Rukia percibió
su sufrimiento y su necesidad; pero sobre todo, captó su soledad.
No quería quedarse solo. Con ese pensamiento dijo algo de increíble.
—Tengo otro televisor en mi habitación. ¿Por qué no ves allí lo que quieras, mientras yo duermo?
Ichigo
le dedicó una sonrisa tímida y fue tras ella mientras subían las
escaleras, totalmente sorprendido por el hecho de que Rukia lo hubiera
comprendido sin palabras. Había tenido en cuenta su necesidad de
compañía, sin preocuparse de sus propios temores.
Eso le hizo sentir algo extraño hacia ella. Una rara sensación en el estómago. ¿Ternura? No estaba seguro.
Incluso
antes de la maldición, jamás había demostrado ternura por nadie. Como
Shinigami, había sido entrenado desde que tenía uso de razón para
mostrarse feroz, frío y duro.
Rukia lo llevó hasta una
enorme habitación presidida por una cama con dosel, situada en la pared
opuesta a la puerta de entrada. Enfrente de la cama había una cómoda y,
sobre ella, una ¿cómo lo había llamado Rukia?, ¿televisión?
Observó
cómo Ichigo paseaba por su dormitorio, mirando las fotografías que
había en las paredes y sobre los muebles; fotografías de su familia, de
Rangiku y ella en la facultad, y una del perro que tuvo cuando era
pequeña.
—¿Vives sola? —le preguntó.
—Sí
—dijo, acercándose a la mecedora que estaba junto a la cama. Su camisón
estaba sobre el respaldo. Lo cogió y después miró a Ichigo y a la
toalla verde que aún llevaba alrededor de sus esbeltas caderas. No podía
dejar que se metiera en la cama con ella de aquella guisa.
Aún guardaba un pijama que se olvidó su padre cuando pasaron unos días en su casa, junto a su madre y a su hermana.
Teniendo
en cuenta la anchura de los hombros de Ichigo, estaba segura de que las
camisas no le servirían, pero los pantalones tenían cinturas ajustables
y, aunque le quedasen cortos, al menos no se le caerían.
— Espera aquí —le dijo—. No tardaré nada.
Después
de verla marcharse como una exhalación, Ichigo se acercó a los
ventanales y apartó las cortinas de encaje blanco. Observó las extrañas
cajas metálicas —que debían ser automóviles— mientras pasaban por
delante de la casa con aquel zumbido tan extraño que no cesaba un
instante, semejante al ruido del mar. Las luces iluminaban las calles y
todos los edificios; se parecían a las antorchas que había en su tierra
natal.
Qué insólito era este mundo.
Intentó
asociar los objetos que veía con las palabras que había escuchado a lo
largo de las décadas; palabras que no comprendía. Como televisión y
bombilla. Y por primera vez desde que era niño, sintió miedo. No le
gustaban los cambios que percibía, la rapidez con la que las cosas
habían evolucionado en el mundo.
¿Cómo sería todo la siguiente vez que lo convocaran? ¿Podrían las cosas cambiar mucho?
O lo que era más aterrador, ¿y si jamás volvían a invocarlo?
Tragó
saliva ante aquella idea. ¿Y si acababa atrapado durante toda la
eternidad? Solo y despierto. Sintiendo la opresiva oscuridad en torno a
él, dejándolo sin aire en los pulmones mientras su cuerpo se desgarraba
de dolor.
¿Y si no volvía a caminar de nuevo como un hombre? ¿O a hablar con otro ser humano, o a tocar a otra persona?
Esta
gente tenía cosas llamadas ordenadores. Había escuchado al dueño de la
librería hablar sobre ellos con los clientes. Y unos cuantos le habían
dicho que, probablemente, los ordenadores sustituirían un día a los
libros. ¿Qué sería de él entonces?
Escuchó a Rukia volver con un pantalón en la mano.
—Toma, ponte esto para dormir. Quizá estés incómodo porqué no es tu talla pero creo que te servirá.
Ichigo
agarró la prenda y se la puso viendo como ella caminaba hacia la cama y
se metía bajo las sábanas. Efectivamente el pantalón le iba corto,
aunque no se sentía incómodo como había dicho ella.
Rukia
sintió cómo el colchón se hundía bajo el peso de Ichigo un instante
después. Su corazón se aceleró ante la repentina calidez del cuerpo del
hombre junto al suyo. Y la cosa empeoró cuando él se acurrucó a su
espalda y le pasó una larga y musculosa pierna sobre la cintura.
—
¡Ichigo! —gritó con una nota de advertencia al sentir su erección
contra la cadera—. Creo que sería mejor que te quedaras en tu lado de la
cama, mientras yo me quedo en el mío.
No pareció prestar atención a sus palabras, puesto que inclinó la cabeza y dejó un pequeño rastro de besos sobre su pelo.
— Pensaba que me habías llamado para aliviar el dolor de tus partes bajas —le susurró en el oído.
Con el cuerpo al rojo vivo debido a su proximidad, y al aroma a incienso.
—Mis partes bajas se encuentran en perfecto estado, y muy felices tal y como están.
—Te prometo que yo conseguiré que estén mucho más felices.
No le cabía la menor duda.
—Si no te comportas, te echaré de la habitación.
Entonces lo miró y vio la incredulidad reflejada en los ojos color azabache.
—No entiendo por qué vas a echarme —le dijo.
—Porque
no voy a utilizarte como si fueses un muñeco sin nombre, que no tiene
más razón de ser que servirme. ¿De acuerdo? No quiero tener ese tipo de
intimidad con un hombre al que no conozco.
Con una mirada preocupada, Ichigo se apartó finalmente de ella y se tumbó en la cama.
Rukia
respiró profundamente para intentar que su acelerado corazón se
relajara, y poder apagar el fuego que le hacía hervir la sangre.
Resultaba muy duro decirle que no a este hombre.
Él
colocó las almohadas de modo que le sirvieran de respaldo, y miró a
Rukia. Ésta iba a ser, en su excepcionalmente larga vida, la primera vez
que pasara una noche junto a una mujer sin hacerle el amor.
Ella
se dio la vuelta en aquel momento y le dio un mando a distancia, como
el que le había enseñado en la sala. Apretó un botón y encendió la
televisión, después bajó el volumen de la gente que hablaba.
—Esto
es para la luz —dijo apretando otro botón. De inmediato, las luces se
apagaron, dejando que fuera el televisor el que iluminara débilmente las
sombras de la habitación—. No me molestan los ruidos, así es que no
creo que me despiertes —le dio el mando a distancia—. Buenas noches,
Ichigo Kurosaki.
—Buenas noches, Rukia —susurró él,
observando cómo su sedoso cabello oscuro se extendía sobre la almohada,
mientras se acurrucaba para dormir.
Dejó el mando a un
lado y, durante un buen rato, se dedicó a mirarla mientras la luz
procedente del televisor parpadeaba sobre los relajados ángulos de su
rostro. Supo el momento exacto en el que se durmió, por la uniformidad
de su respiración. Sólo entonces se atrevió a seguir con la yema de un
dedo la suave curva de su pómulo.
Su cuerpo reaccionó
con tal violencia que tuvo que morderse el labio para no soltar una
maldición. El fuego se había extendido por su sangre.
Había
conocido numerosos dolores durante toda su vida: primero el dolor de
estómago cuando necesitaba comer, después la sed de amor y respeto, y
por último el dolor exigente de su miembro cuando ansiaba la humedad
resbaladiza del cuerpo de una mujer.
Pero jamás,
jamás, había experimentado algo semejante a lo que sentía ahora. Era un
hambre tan voraz, una sensación tan potente, que amenazaba hasta su
cordura. Sólo podía pensar en separarle los cremosos muslos y hundirse
profundamente en ella. En deslizarse dentro y fuera de su cuerpo una y
otra vez, hasta que ambos alcanzaran el clímax al unísono.
Pero eso jamás llegaría a suceder. Podría proporcionarle placer durante días, sin detenerse, pero él jamás encontraría la paz.
—
Maldito seas, Aizen —gruñó. Era el dios que le había maldecido,
hundiéndolo en este miserable destino—. Espero que Yamamoto te esté
dando lo que te mereces.
.
.
Rukia se despertó con una extraña sensación de calidez y seguridad. Un sentimiento que no había experimentado desde hacía años.
De
pronto, sintió un beso muy dulce sobre los párpados, como si alguien
estuviese acariciándola con los labios. Unas manos fuertes y cálidas le
tocaban el pelo.
¡Ichigo!
Se incorporó
tan rápido que se golpeó con su cabeza. Hasta sus oídos llegó el gemido
de dolor de Ichigo. Frotándose la frente, abrió los ojos y vio que él
la observaba con el ceño fruncido y obviamente molesto.
—Lo siento —se disculpó mientras se sentaba—. Me sobresaltaste.
Ichigo abrió la boca y se tocó los dientes con el pulgar para comprobar si el golpe los había aflojado.
— ¿Qué quieres para desayunar? —le preguntó Rukia.
La
mirada de él descendió hasta el escote de su camisola. Siguiendo la
dirección de sus ojos, Rukia se dio cuenta de que, desde donde él estaba
sentado, podría ver todo su cuerpo hasta llegar a las embarazosas
braguitas de conejitos.
Antes de que pudiera moverse,
Ichigo tiró de ella, hasta sentarla sobre sus muslos y reclamó sus
labios. Rukia gimió de placer bajo el asalto de su boca, mientras su
lengua le hacía cosas escandalosas. La cabeza comenzó a girarle con la
intensidad del beso y con el cálido aliento de Ichigo mezclándose con el
suyo.
Y pensar que nunca le había gustado besar… ¡Debía estar loca!
Los
brazos de Ichigo intensificaron su abrazo. Miles de llamas lamían su
cuerpo, encendiéndola e incitándola, mientras se agrupaban en la zona
que más le dolía: entre los muslos, donde quería tenerle.
Sus
labios la abandonaron para trazar con la lengua un rastro hasta su
garganta, dibujando húmedos círculos sobre el mentón, el lóbulo de la
oreja y finalmente el cuello.
¡El tipo parecía conocer
todas las zonas erógenas del cuerpo de una mujer! Mejor aún, sabía cómo
usar las manos y la lengua para masajearlas hasta obtener el máximo
placer.
— Ichigo —gimió, incapaz de reconocer su voz—. Tienes que parar.
Se
dio la vuelta con ella en brazos y la aprisionó contra el colchón.
Incluso a través del pijama, Rukia percibía su erección, su miembro duro
y ardiente que presionaba sobre la cadera, mientras con las manos le
aferraba las nalgas y respiraba entrecortadamente junto a su oreja.
—¿Parar el qué? —le preguntó—. ¿Esto? —y trazó con la lengua el laberinto de su oreja.
Rukia
siseó de placer. Los escalofríos se sucedían y, como si se tratase de
ascuas al rojo vivo, abrasaban cada centímetro de su piel—. ¿O esto? —e
introdujo una mano bajo la cinturilla elástica de sus braguitas para
tocarla donde más lo deseaba.
Rukia se arqueó en
respuesta a sus caricias y clavó los dedos en las sábanas ante la
sensación de sus manos entre las piernas. ¡Dios, este hombre era
increíble!
Ichigo comenzó a acariciar en círculos la
trémula carne, utilizando un solo dedo, haciendo que se consumiera antes
de introducirle dos dedos hasta el fondo. Mientras rodeaba, acariciaba y
atormentaba su interior, comenzó a masajearle muy suavemente el
clítoris con el pulgar.
— ¡Ooooh! —gimió Rukia, echando la cabeza hacia atrás por la intensidad del placer.
Se
aferró a Ichigo, mientras él continuaba su implacable asalto utilizando
sus manos y su lengua, dándole placer. Totalmente fuera de control,
Rukia se frotaba de forma desinhibida contra él, ansiando su pasión y
sus caricias.
Ichigo cerró los ojos y saboreó el olor
del cuerpo de Rukia bajo el suyo; la sensación de sus brazos
envolviéndolo. Era suya. Podía sentirla temblar y latir alrededor de su
mano, mientras su cuerpo se retorcía bajo sus caricias. En cualquier
momento llegaría al clímax.
Con ese pensamiento
ocupando su mente por completo, le quitó la camisola e inclinó la cabeza
hasta atrapar un duro pezón y succionarlo suavemente. No recordaba que
una mujer supiese tan bien como aquélla.
Y estaba completamente preparada para recibirlo: ardiente, húmeda y muy estrecha; exactamente como a él le gustaba una mujer.
Rasgó
de un tirón la pequeña prenda que se ceñía a las caderas de Rukia, y
que le impedía un acceso total a aquel lugar que se moría por explorar
completamente.
Ella escuchó cómo rompía las braguitas,
pero no fue capaz de detenerlo. Su voluntad ya no le pertenecía; había
sido engullida por unas sensaciones tan intensas, que lo único que
quería era encontrar alivio.
Alzando los brazos,
enterró las manos en el pelo de Ichigo, incapaz de permitir que se
alejara, aunque sólo fuese por un milímetro.
Ichigo se
quitó los pantalones a tirones y le separó los muslos. Con el cuerpo
envuelto en puro fuego, Rukia aguantó la respiración mientras él
colocaba su largo y duro cuerpo entre sus piernas.
La
punta de su miembro presionaba justo sobre el centro de su feminidad.
Arqueó las caderas acercándose aún más, aferrándose a sus amplios
hombros. Deseaba sentirlo dentro con una desesperación tal, que
desafiaba a todo entendimiento.
Y de repente, sonó el teléfono.
Rukia dio un respingo al escucharlo, y su mente recobró repentinamente el control.
— ¿Qué es ese ruido? —gruñó Ichigo.
Agradecida por la interrupción, Rukia salió como pudo de debajo de Ichigo; le temblaban las piernas y le ardía todo el cuerpo.
—
Es un teléfono —dijo, antes de inclinarse hacia la mesita de noche y
coger el auricular. La mano no dejaba de temblarle mientras se lo
acercaba a la oreja. Lanzando una maldición, Ichigo se puso de lado.
—Rangiku, gracias a Dios que eres tú —dijo Rukia, tan pronto como escuchó su voz.
—¿Qué pasa? —preguntó su amiga.
—Deja de hacer eso —le espetó a Ichigo que, en ese instante, se dedicaba a lamerle las nalgas en un movimiento descendente…
—Pero si no estoy haciendo nada —le dijo Rangiku.
—Tú
no, Rangiku. Escucha —le dijo Rukia a Rangiku con una dura advertencia
en la voz—. Necesito que busques entre la ropa de Gin y traigas unas
cuantas cosas. Ahora.
—¡Funcionó! —el agudo chillido
estuvo a punto de perforarle el tímpano—. ¡Ay, Dios mío! ¡Funcionó!, ¡no
puedo creerlo! ¡Voy para allá!
Rukia colgó el teléfono justo cuando la lengua de Ichigo bajaba desde sus nalgas hacia…
— ¡Para ya!
Él se echó hacia atrás y la miró con el ceño fruncido, estupefacto.
—¿No te gusta que te haga eso?
—Yo no he dicho eso —contestó antes de poder detenerse. Ichigo se acercó de nuevo a ella.
Rukia bajó de un salto de la cama.
—Tengo que irme a trabajar.
Ichigo
se apoyó en un brazo, tendido sobre un costado, y la observó mientras
recogía los pantalones del pijama y se los arrojaba. Los agarró con una
mano mientras sus ojos se movían, perezosamente, sobre el cuerpo de
Rukia.
—¿Por qué no llamas para decir que estás enferma?
—¿Que estoy enferma? —repitió—. ¿Y tú cómo conoces ese truco?
Él se encogió de hombros.
—Ya
te lo he dicho. Puedo escuchar mientras estoy encerrado en el libro.
Por eso puedo aprender idiomas y entender los cambios en la sintaxis.
Con
la misma elegancia de una pantera que se endereza tras estar agazapada,
Ichigo apartó la sábana y salió lentamente de la cama. No llevaba los
pantalones. Y su miembro estaba totalmente erecto.
Hipnotizada, Rukia fue incapaz de moverse.
— No hemos acabado —dijo él con la voz ronca, mientras se acercaba a ella.
— ¡Pues claro que sí! —le contestó Rukia, y huyó al cuarto de baño, encerrándose allí tras echar el pestillo a la puerta.
Con
los dientes apretados, Ichigo tuvo la repentina necesidad de golpearse
la cabeza contra la pared de tan frustrado como se sentía. ¿Por qué
tenía que ser tan testaruda?
Se miró el miembro rígido y soltó un juramento.
— ¿Y tú no puedes comportarte durante cinco minutos al menos?
Rukia
se dio una larga ducha fría. ¿Qué tenía Ichigo que hacía que su sangre
literalmente hirviera? Incluso ahora podía sentir el calor de su cuerpo
sobre ella.
Sus labios sobre…
— ¡Para, para,
para! Muy bien —se dijo a sí misma—. Supongamos que te metes en la cama
con él un mes. Y luego, ¿qué? —Se enjabonó el cuerpo mientras la
irritación desvanecía los últimos rescoldos de su deseo—. Yo te diré qué
pasará después. Él se irá y tú te quedarás sola otra vez. ¿Te acuerdas
de lo que ocurrió cuando Kaien se marchó? ¿Te acuerdas de cómo te
sentías cuando te paseabas por la habitación, con el estómago revuelto
porque habías permitido que te utilizara? ¿Te acuerdas de la humillación
que sentías?
Pero aún peor que esos recuerdos, era la
imagen de Kaien mofándose de ella a carcajadas con sus amigos, mientras
recogía el dinero de la apuesta.
Cómo deseaba haber
sido un hombre en ese momento, para poder abrir la puerta de su
apartamento de una patada y golpearlo hasta hacerlo pedazos. Le había
costado años superar la crueldad de Kaien, y no tenía ningún deseo de
arruinar lo que había conseguido por un capricho. ¡Aunque fuese un
fabuloso capricho!
La próxima vez que se entregara a un hombre, sería con uno que estuviese unido a ella. Alguien que la cuidara.
.
.
Ichigo
bajó las escaleras, maravillado por la brillante luz del sol que
entraba por las ventanas. Le resultaba divertido el hecho de que la
gente diese por sentado esos pequeños detalles. Recordaba la época en la
que no se fijaba en algo tan simple como una mañana soleada.
Y
ahora, cada una de ellas era un verdadero regalo de los dioses. Un
regalo que tenía toda la intención de degustar durante el mes que tenía
por delante, hasta que estuviese obligado a regresar a la oscuridad.
Con
el corazón agobiado, se dirigió a la cocina, hacia el armario donde
Rukia guardaba la comida. Al abrir la puerta le sorprendió la frialdad.
Alargó la mano y dejó que el aire frío le acariciara la piel. Increíble.
Sacó varios recipientes, pero no pudo leer las etiquetas.
—
No comas nada que no puedas identificar —se recordó a sí mismo,
mientras pensaba en algunas de las asquerosidades que había visto a la
gente comer a lo largo de los siglos.
Se inclinó hacia
delante y rebuscó hasta encontrar un melón en uno de los cajones
inferiores. Lo llevó a la encimera del centro de la cocina, cogió un
cuchillo largo del soporte, donde Rukia tenía al menos una docena de
ellos, y lo partió por la mitad.
Cortó un trozo y se lo
introdujo en la boca. Cuando el delicioso jugo inundó sus papilas
gustativas, gruñó de satisfacción. La dulce pulpa hizo que su estómago
rugiera con una feroz exigencia. La garganta le pedía, con una sensación
cercana al dolor, que le proporcionara un poco más de aquel relajante
dulzor.
Era tan estupendo volver a tener comida… Tener algo con lo que apagar la sed y el hambre.
Antes
de poder detenerse, dejó el cuchillo a un lado y comenzó a partir el
melón con las manos, llevándose los trozos a la boca tan rápido como
podía. No fue consciente de lo que hacía hasta que se descubrió
desgarrando la cáscara.
Se quedó paralizado al ver sus manos cubiertas con el jugo del melón, y los dedos curvados como las garras de cualquier animal.
«Date
la vuelta, Ichigo y mírame. Ahora sé un buen chico y haz lo que te
ordeno. Tócame aquí. Mmm… sí, eso es. Buen chico, buen chico. Házmelo
bien y te traeré de comer en un momento.»
Ichigo
se encogió de temor ante la repentina invasión de los recuerdos de su
última invocación. No era de extrañar que se comportara como un animal;
le habían tratado como tal durante tanto tiempo que apenas recordaba
cómo ser un hombre.
Al menos, Rukia no le había encadenado a la cama. Todavía.
Asqueado,
echó un vistazo alrededor de la cocina, mientras daba gracias
mentalmente por el hecho de que Rukia no hubiese presenciado su pérdida
momentánea de control.
Con la respiración entrecortada,
cogió la mitad del melón y lo echó al recipiente donde había visto a
Rukia tirar la basura la noche anterior. Después, abrió el grifo del
fregadero y se lavó para desprenderse de la pegajosa pulpa.
Tan
pronto como el agua fresca le rozó la piel, suspiró de placer. Agua.
Fría y pura. Era lo que más echaba de menos durante su confinamiento. Lo
que más anhelaba, hora tras hora, mientras su reseca garganta ardía de
dolor.
Dejó que el agua se deslizara por su piel antes
de capturarla con las manos ahuecadas y beber directamente de ellas. Se
chupó los dedos. Era maravillosamente relajante la sensación de sentir
el frescor en la boca y después notar cómo bajaba por la garganta,
calmando su sed. Lo único que deseaba en ese momento era meterse en el
fregadero y dejar que el agua se deslizara por todo su cuerpo.
Escuchó que alguien golpeaba suavemente la puerta y, al instante, un ruido de pasos que descendían por la escalera.
Cerró
el grifo y cogió el trapo seco que había junto al fregadero para
secarse las manos y la cara. Cuando volvió a la encimera para recoger
los restos del melón, reconoció la voz de Rangiku.
— ¿Dónde está?
Ichigo agitó la cabeza ante el entusiasmo de la amiga de Rukia. Eso era lo que había esperado de Rukia.
Las dos mujeres entraron a la cocina. Ichigo alzó la mirada y se encontró con unos ojos azules tan claros como el cielo.
— ¡Madre mía! —balbució Rangiku.
Rukia cruzó los brazos sobre el pecho, en sus ojos brillaba una mezcla de ira y diversión.
—Ichigo, ésta es Rangiku.
—¡Madre mía! —repitió su amiga.
—¿Rangiku? —preguntó Rukia, moviendo la mano ante los ojos de su boquiabierta amiga, que ni siquiera parpadeó.
—¡Madre m..!
—¿Vas a dejarlo ya? —la reprendió Rukia.
Rangiku
dejó que la ropa que llevaba en las manos cayera directa al suelo y dio
una vuelta completa alrededor de Ichigo para poder ver su cuerpo desde
todos los ángulos. Sus ojos comenzaron por la cabeza y descendieron
hasta los dedos de los pies. Ichigo apenas pudo suprimir el enfado ante
semejante escrutinio.
— ¿Te gustaría mirarme los
dientes tal vez, o prefieres que me baje los pantalones para que puedas
inspeccionarme más a gusto? —le preguntó con más malicia de la que había
pretendido en un principio. Después de todo, ella estaba, técnicamente,
de su parte.
Si cerrase la boca y dejara de mirarlo de
aquel modo… Nunca había soportado ser el centro de esas desmedidas
muestras de atención. Rangiku alargó la mano, insegura, para tocarle el
brazo.
—¡Uuuh! —se burló él, consiguiendo que Rangiku
diera un respingo. Rukia soltó una carcajada. Rangiku frunció el ceño y
les dedicó a ambos una furiosa mirada.
—Muy bien, ¿estáis intentando reíros de mí?
—Te
lo mereces —le dijo Rukia mientras cogía un trozo de melón recién
cortado por Ichigo y se lo llevaba a la boca—. Por no mencionar que tú
vas a ocuparte de él durante el día de hoy.
—¿Qué? —preguntaron Ichigo y Rangiku al unísono.
Rukia se tragó el bocado.
—Bueno, no puedo llevarlo conmigo a la consulta, ¿no?
Rangiku sonrió con malicia.
—Apuesto a que Shizune y tus pacientes femeninas estarían encantadas.
—Exactamente igual que el chico que tiene cita a las ocho. No obstante, no creo que fuese muy productivo.
—¿No puedes cancelar las citas? —preguntó Rangiku.
Ichigo
estuvo de acuerdo. No le apetecía en absoluto mostrarse en un sitio
público. La única parte de la maldición que encontraba remotamente
tolerable era el hecho de que la mayoría de sus invocadoras lo mantenían
oculto en sus estancias privadas o en los jardines.
—Sabes
perfectamente por qué —contestó Rukia—. No tengo un maridito abogado
que me mantenga. Además, no creo que a Ichigo le guste quedarse solo en
casa todo el día, sin nada que hacer. Estoy segura de que le encantará
salir y conocer la ciudad.
—Preferiría quedarme aquí contigo —dijo él.
Rukia
quedó atrapada en su mirada, y Ichigo reconoció el deseo que brillaba
en las profundidades violetas de sus ojos. En ese instante, descubrió
lo que se proponía. Se iba a trabajar para evitar quedarse a solas con
él.
Bien, tarde o temprano tendría que regresar a casa. Y, entonces, sería suya.
Una vez se rindiera, iba a demostrarle la resistencia que poseía un Dios de la Muerte.
.
.
CONTINUARÁ...
¡Por favor! ¡Por favor! Rangikuuuuuu ¿como se te ocurre llamar en ese momento???? jajajajaja
Y el premio para la persona con mayor fuerza de voluntad es para:
¡RUKIA!
Vamos
a preguntarle como lo hace, como puede resistirse a semejante hombre,
como pudo apartarse para coger el dichoso teléfono xDD
Ninguno de las aquí presentes, y yo me incluyo jijiji, podría apartarse de Ichigo!! Sería imposible!! jajajaja Ese chico es un dios griego!
Pero bueno, vamos a calmar nuestros pensamientos pervertidos y esperemos a ir viendo como sigue la historia :)P
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