LEYENDA SHINIGAMI Capítulo 8

LEYENDA SHINIGAMI
(Adaptación de ‘Un amante de ensueño’

 de la autora Sherrilyn Kenyon)
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CAPÍTULO 8

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Ichigo y Rukia ayudaron a Rangiku a desmontar el puestecillo ambulante y a guardarlo todo, antes de que ellos dos regresaran en coche a casa sorteando el tráfico típico de un viernes por la noche.

— Has estado muy callado —le dijo ella mientras se detenía en un semáforo en rojo.

Observó cómo la mirada de Ichigo seguía el movimiento de los automóviles que pasaban junto a ellos. Parecía perdido, como alguien que se debatiera en el límite entre la fantasía y la realidad.

—No sé qué decir —respondió tras una breve pausa.

—Dime cómo te sientes.

—¿Sobre qué?

Rukia se rió.

—Definitivamente, eres un hombre —le dijo—. ¿Sabes? Las sesiones con los hombres son las más difíciles. Jamás entenderé porqué pagan ciento veintiocho yenes para no decir nada.

Ichigo la miró.

— ¿Qué haces exactamente como sexóloga?

El semáforo se puso en verde y se internaron de nuevo en el tráfico.

—Ayudo a las personas que tienen problemas con sus parejas. Mujeres que tienen miedo de tener relaciones íntimas con sus maridos o mujeres a las que les gusta el sexo un poco más de la cuenta.

—¿Ninfómanas? —vio que Rukia asintió—. He conocido a unas cuántas.

—Estoy segura.

—¿Y los hombres? —preguntó él.

—Como ya te he dicho, no suelen hablar mucho. Tengo un par de pacientes que sufren de miedo escénico…

—¿Y eso qué es?

—Algo que estoy completamente segura que tú no padecerías jamás —le contestó, pensando en la continua y arrogante persecución a la que él le sometía. Se aclaró la garganta y se lo explicó—. Son hombres que tienen miedo de que sus parejas se rían de ellos cuando están en la cama.

—Vaya.

—También tengo un par que abusan verbalmente de sus parejas, y otros dos que quieren cambiarse de sexo…

—¿Se puede hacer eso? —preguntó Ichigo, totalmente pasmado.

—¡Claro! —respondió Rukia con un gesto de la mano—. Te sorprendería saber de lo que son capaces los médicos hoy en día.

Tomó una curva y se adentraron en su vecindario. Ichigo permaneció callado tanto rato que estaba a punto de enseñarle lo que era la radio cuando, de repente, él preguntó:

—¿Por qué quieres ayudarlos?

—No lo sé —le respondió con franqueza—. Supongo que se remonta a mi infancia, una época de muchas inseguridades para mí. Mis padres me querían mucho, pero no sabía relacionarme con otros niños. Nunca me trataron como a una niña, por eso no sabía como comportarme cuando estaba cerca de otros niños. Me asustaba tanto que me ponía a temblar. Finalmente, mi padre comenzó a llevarme a un psicólogo y, después de un tiempo, mejoré bastante.

—Excepto con los hombres.

—Ésa es una historia totalmente diferente —le dijo, suspirando—. De adolescente los chicos solo se acercaban a mí para burlarse porque estaba plana.

—¿Que estabas plana?

—No tenía pecho.

Rukia hubiese jurado que podía sentir el calor que desprendía la mirada de Ichigo mientras inspeccionaba sus pechos. Mirándolo de reojo, confirmó sus sospechas. De hecho, la estaba observando como si se hubiese quitado la camisa y estuviera en mitad de…

—Tus pechos son muy bonitos.

—Gracias —le respondió con torpeza, aunque curiosamente se sentía halagada por un cumplido tan poco convencional—. ¿Y tú?

—Yo no tengo pechos.

Lo dijo con un tono tan inexpresivo y serio que Rukia no pudo evitar estallar en carcajadas.

—No era eso a lo que me refería, y lo sabes muy bien. ¿Cómo fue tu adolescencia?

—Ya te lo he dicho.

Ella le miró furiosa.

—En serio.

—En serio, luchaba, comía, bebía, me acostaba con mujeres y me bañaba. Normalmente, en ese orden.

—Todavía tenemos problemas con esto de la falta de confianza, ¿no? — preguntó ella de forma retórica. Asumiendo su papel de psicóloga, cambió a un tema que a él le resultara más fácil—. ¿Por qué no me cuentas qué sentiste la primera vez que participaste en una batalla?

— No sentí nada.

— ¿No estabas asustado?

— ¿De qué?

— De morir, o de que te hirieran.

— No.

La sinceridad de su sencilla respuesta consiguió desconcertarla.

— ¿Y cómo es que no tenías miedo?

— No tienes miedo a morir cuando no tienes nada por lo que seguir viviendo.

Impresionada por sus palabras, Rukia tomó el camino de entrada a su casa. Decidiendo que sería mejor dejar un tema tan serio por el momento, bajó del coche y abrió el maletero.

Ichigo cogió las bolsas y la siguió hasta la casa. Se dirigieron a la planta alta. Rukia sacó sus cómodos vaqueros del vestidor e hizo sitio en los cajones para poder guardar la ropa nueva de Ichigo.

— Veamos —dijo, arrugando las bolsas vacías para arrojarlas a la papelera de mimbre, colocada junto al armario—. Es viernes por la noche. ¿Qué te gustaría hacer? ¿Te apetece una noche tranquila o prefieres dar una vuelta por la ciudad?

Su hambrienta mirada la recorrió de la cabeza a los pies, haciendo que ardiera al instante.

— Ya conoces mi respuesta.

— Vale. Un voto a favor de arrojarse al cuello de la doctora, y otro en contra. ¿Alguna otra alternativa?

— ¿Qué tal una noche tranquila en casa, entonces?

— De acuerdo —respondió Rukia, mientras se acercaba a la mesita de noche para coger el teléfono—. Déjame que compruebe los mensajes y después prepararemos la cena.

Ichigo siguió colocando su ropa, mientras ella llamaba al servicio de contestador y hablaba con ellos. Acababa de doblar la última prenda cuando percibió una nota de alarma en la voz de Rukia.

— ¿Dijo qué quería?

Ichigo se giró para poder observarla. Tenía los ojos ligeramente dilatados, y sujetaba el teléfono con demasiada fuerza.

— ¿Por qué le dio mi número de teléfono? —preguntó enfadada—. Mis pacientes jamás deben saber mi número privado. ¿Puedo hablar con su superior?

Ichigo se acercó a ella.

— ¿Algo va mal?

Rukia alzó la mano, indicándole que permaneciera en silencio para poder escuchar lo que la otra persona le estaba diciendo.

— Muy bien —dijo tras una larga espera—. Tendré que cambiar el número de nuevo. Gracias — colgó el teléfono, frunciendo el ceño por la preocupación.

— ¿Qué ha pasado? —le preguntó él.

Rukia resopló irritada mientras se frotaba el cuello.

— La compañía acaba de contratar a esta chica y, como es nueva, le dio mi número privado a uno de mis pacientes. Nunca habría aceptado atender a un hombre así pero era la única que podía visitarlo debido al régimen de libertad condicional que tiene impuesto.

Hablaba tan rápido que a Ichigo le costaba trabajo seguirla.

—Sin embargo, por mucho que su supervisor diga que no representa una amenaza para nadie yo no me lo creo. Es un acosador y acaban de darle el alta en el hospital psiquiátrico en el que estaba ingresado.

Ichigo sentía que le palpitaba la cabeza por la cantidad de información que Rukia estaba soltando, y que él era incapaz de comprender en su mayor parte.

— ¿Acosador? ¿Un hospital psiquiátrico? ¿Qué es eso? —preguntó el Shinigami, que tras escuchar la explicación que le dio ella, no pudo evitar quedarse con la boca abierta—. ¿En esta época seguís permitiendo que estas personas se muevan a su antojo?

— Bueno, sí. La idea es ayudarlos.

Ichigo estaba horrorizado. Tantos años habían pasado y el mundo seguía sin evolucionar. ¿Por qué los hombres seguían negándose a proteger a sus mujeres y a sus hijos de la depravación?

—Cuando yo era un Shinigami, en el mundo humano había muchos de esos acosadores. Nosotros no podíamos hacer nada sin embargo, en ocasiones, ellos mismos, los samuráis encargados de la seguridad lograban dar con ellos y se aseguraban de que no volvieran a andar sueltos por las calles.

—¡Bienvenido al siglo veintiuno! —exclamó Rukia con amargura—. Aquí hacemos las cosas de un modo… distinto.

Ichigo movió la cabeza, ensimismado, mientras pensaba en todas las cosas de ésta época que le resultaban extrañas. No podía entender a esta gente, ni su modo de vida.

—No encajo en este mundo —masculló.

—Ichigo…

Se alejó cuando vio que Rukia se acercaba a él.

— Rukia, sabes que es así. Supongamos que rompemos la maldición; ¿de qué me va a servir? ¿Qué se supone que voy a hacer aquí? No puedo leer tu idioma, no sé conducir y no tengo posibilidades de trabajar. Hay demasiadas cosas que no entiendo. Me siento perdido…

Ella se estremeció ante la evidente angustia que Ichigo intentaba ocultar con todas sus fuerzas.

— Sólo estás un poco agobiado. Pero lo haremos pasito a pasito. Te enseñaré a conducir y a leer. Y con respecto al trabajo… sé que eres capaz de hacer muchas cosas.

— ¿Como qué?

— No lo sé. Además de ser un soldado, ¿tenías algún hobbie o te dedicabas a otra cosa en tu tiempo libre?

—Un Dios de la Muerte no puede dedicarse a otra cosa que no sea luchar y defender a los humanos. En mi tiempo libre, solo descansaba de mis heridas y recuperaba fuerzas —le respondió mirándola a los ojos—. Y entrenaba, siempre estaba entrenando para ser más fuerte. Yo no sé hacer nada más que luchar con una espada entre mis manos.

Rukia tomó su cara entre las manos y lo miró con dureza.

—Antes me has dicho que no tenías miedo a luchar, ¿cómo puedes entonces asustarte por esto?

— No lo sé, pero me asusta.

Algo extraño ocurrió entonces; Rukia percibió que Ichigo le había permitido acercarse. No de forma muy íntima, pero por la expresión de su rostro se daba cuenta de que estaba admitiendo su vulnerabilidad ante ella. Y, en el fondo, sabía que no era el tipo de hombre que admite fácilmente ese hecho.

— Yo te ayudaré.

La duda que reflejaban los ojos ámbar hizo que se le revolviera el estómago.

— ¿Por qué?

— Porque somos amigos —le respondió con ternura, mientras le acariciaba la mejilla con el pulgar—. ¿No fue eso lo que le dijiste a Renji?

Él se quedó en silencio durante un rato hasta que se inclinó y la besó en la frente, atrayéndola hacia su cuerpo para darle un fuerte abrazo. El suave aroma del incienso la inundó mientras escuchaba cómo el corazón de Ichigo latía frenéticamente bajo su mejilla rodeada por sus brazos tostados por el sol. Fue un gesto tan tierno que a Rukia le llegó al alma.

— De acuerdo, Rukia —le dijo en voz baja—. Lo intentaremos. Pero prométeme que no dejarás que te haga daño —ella levantó el rostro y lo miró con el ceño fruncido—. Estoy hablando en serio. Una vez que me pongas los grilletes, no me sueltes bajo ninguna circunstancia. Júralo.

—Pero…

—¡Júralo! —insistió él con brusquedad.

—Muy bien. Si no puedes controlarte, no te liberaré. Pero yo también quiero que me prometas una cosa.

Él se apartó un poco y la miró con escepticismo. No obstante, siguió abrazándola.

— ¿Qué?

Rukia apoyó las manos sobre sus brazos y sintió cómo la piel de Ichigo se erizaba bajo su contacto. Él bajó la mirada hacia sus manos, con una de las expresiones más tiernas que ella había visto nunca.

— Prométeme que no vas a desistir —le dijo—, que vas a intentar acabar con la maldición.

La miró con una sonrisa extraña.

— Está bien. Lo intentaré.

— Y lo lograrás.

Ichigo sonrió al escuchar su comentario.

— Tienes el optimismo de una niña.

Rukia le devolvió la sonrisa.

— Como Peter Pan.

— ¿Peter qué?

Ella se alejó de sus brazos de mala gana. Tomándolo de la mano, lo llevó hasta la puerta del dormitorio.

— Acompáñame, esclavo mío, y te contaré quiénes son Peter Pan y los Niños Perdidos.
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—Entonces, ¿ese chico nunca se hizo mayor? —preguntó Ichigo mientras preparaban la cena.

Rukia estaba muy sorprendida, ya que él no se había quejado cuando le pidió que se encargara de la ensalada. Lo que no le sorprendió fue ver lo acostumbrado que estaba a usar los cuchillos cuando troceó los ingredientes.

—No. Regresó a la isla con Campanilla.

—Interesante.

Rukia metió una cuchara en la salsa y, poniendo una mano debajo para que no goteara, se la acercó a Ichigo para que la probase, después de haberla enfriado.

— Dime qué te parece.

Él se inclinó, abrió la boca y dejó que Rukia le diera a probar la salsa. Ella observó cómo la saboreaba.

—Está deliciosa.

—¿Demasiada sal quizás?

—No, está perfecta.

Ella sonrió alegremente.

— Ten —le dijo él, ofreciéndole un trozo de queso.

Rukia abrió la boca, pero él no se lo dio; aprovechándose de las circunstancias, se adueñó de sus labios para besarla a conciencia.

La sujetó por la cintura apretándola contra sus caderas, justo sobre el lugar donde su miembro se tensaba bajo los vaqueros. ¡Por amor de Dios!, este hombre estaba maravillosamente dotado y Rukia comenzó a temblar ante la idea de que desplegara todos sus encantos sexuales para ella.

¿Sería capaz de sobrevivir a algo así?

Sentía cómo Ichigo se tensaba y cómo su respiración comenzaba a alterarse. Estaba dejándose arrastrar por la pasión, y Rukia empezaba a temer que, si no lo detenía en ese momento, ninguno de los dos iba a ser capaz de parar después.

Aunque no le apetecía nada separarse de él, dio un paso atrás, deshaciendo el tórrido abrazo.

— Ichigo, compórtate.

Jadeando, observó la lucha que sostenía consigo mismo mientras la devoraba con los ojos.

— Sería mucho más sencillo comportarse si no fueses tan jodidamente deseable.

El comentario fue tan inesperado que ella se rió con ganas.

— Lo siento —le dijo, captando el gesto irritado de Ichigo—. Al contrario de lo que te ocurre a ti, yo no estoy acostumbrada a que me digan cosas como ésa. El mayor cumplido que me han hecho nunca, fue el de un chico del instituto cuando vino a recogerme a casa el día de la graduación, , me miró de arriba abajo y dijo: « ¡Joder!, te has arreglado más de lo que esperaba».

Ichigo resopló.

— Me preocupan los hombres de esta época, Rukia. Todos parecen ser unos completos imbéciles.

Riéndose de nuevo, ella le dio un ligero beso en la mejilla y se acercó a la olla para sacar la pasta del agua antes de que se pasara.

Mientras echaba los tallarines en el escurridor, se acordó del pan.

— ¿Puedes echarle un vistazo a las baguettes?

Ichigo se acercó al horno y se inclinó, ofreciéndole a Rukia una visión de su parte trasera. Ella se mordió el labio inferior, mientras se esforzaba por no acercarse y pasar la mano por ahí.

—Están a punto de quemarse.

—¡Ay, mierda! ¿Puedes sacarlas? —le preguntó, intentando no derramar el agua que estaba hirviendo.

—Claro —Ichigo cogió el trapo de la encimera, y comenzó a sacar el pan. De repente, soltó un juramento que llamó la atención de Rukia.

Ella se giró y vio que el trapo estaba ardiendo.

— ¡Allí! —exclamó, quitándose de en medio—. Échalo al fregadero.

Él lo hizo, pero al pasar por su lado, le rozó la mano con el trapo y Rukia siseó de dolor.

—¿Te he quemado? —le preguntó.

—Un poco.

Ichigo hizo una mueca al cogerle la mano para examinarle la quemadura.

— Lo siento —le dijo, un momento antes de llevarse el dedo de Rukia a la boca.

Atónita, no fue capaz de moverse mientras Ichigo pasaba la lengua por la sensibilizada piel de su dedo. A pesar de la quemazón de la herida, la sensación era muy agradable. Muy, muy agradable.

— Eso no le viene bien a la quemadura —susurró.

Con el dedo aún en la boca, Ichigo le dedicó una sonrisa traviesa y alargó el brazo para abrir el grifo, que estaba a su espalda. Hizo un círculo completo con la lengua alrededor del dedo una vez más antes de abrir la boca y colocarlo bajo el chorro de agua fría.

Sosteniéndole el brazo para que el agua aliviara el escozor de la quemadura, se acercó a la planta de aloe, que estaba en alféizar de la ventana, y cortó un trozo.

—¿Conoces las propiedades del aloe? —le preguntó ella.

—Sus propiedades curativas se conocían mucho antes de que yo naciera — respondió él.

Cuando frotó el dedo con la viscosa savia de la planta, Rukia sintió que un escalofrío le recorría la espalda y se le hacía un nudo en el estómago.

— ¿Te sientes mejor? —Ella asintió con la cabeza. Con la ternura y el deseo reflejados en los ojos, Ichigo contempló sus labios como si aún pudiese percibir su sabor—. Creo que, a partir de ahora, dejaré que seas tú la que se encargue del horno.

—Probablemente sea lo mejor.

Rukia se apartó de él y sacó las baguettes, que aún eran comestibles. Sirvió los platos y precedió a Ichigo hasta la sala de estar, donde se sentaron a comer en el suelo, delante del sofá, mientras veían Matrix.

—Me encanta esta película —dijo ella cuando empezaba la película. Ichigo colocó el plato sobre la mesita de café y se acercó a Rukia.

—¿Siempre comes en el suelo? —le preguntó antes de llevarse un trozo de pan a la boca.

Fascinada por la armonía de sus movimientos, Rukia observó atentamente cómo la mandíbula de Ichigo se tensaba al masticar.

¿No había ninguna parte de su cuerpo por la que no se le hiciese la boca agua? Comenzaba a entender por qué el resto de sus invocadoras lo habían utilizado.

La idea de mantenerlo encerrado en una habitación durante un mes estaba empezando a resultarle muy tentadora.

Y además tenían aquellos grilletes…

— Bueno —dijo alejando su mente de aquella maravillosa y bronceada piel, y de lo bien que se vería si Ichigo estuviese totalmente desnudo y desparramado sobre su colchón—, está la mesa del comedor, pero puesto que la mayoría de las noches estoy sola, prefiero tomarme un tazón de sopa en el sofá.

Ichigo giró de forma magistral el tenedor sobre la cuchara, hasta que los tallarines estuvieron perfectamente enrollados.

— Necesitas a alguien que cuide de ti —le dijo antes de llevarse el tenedor a la boca.

Rukia se encogió de hombros.

—Yo me cuido sola.

—No es lo mismo.

Rukia lo miró ceñuda. Había algo en su voz que le indicaba que no lo decía desde el punto de vista machista. Ichigo hablaba desde el corazón y basándose en su propia experiencia.

— Supongo que todos necesitamos alguien que nos cuide, ¿verdad? — susurró ella.

Él giró la cabeza para ver la televisión, pero no antes de que Rukia captara el destello del deseo en sus ojos. Ella lo observó mientras permanecía unos minutos atento a la película.

Aun distraído, comía de forma impecable. Rukia estaba toda cubierta de manchas de salsa, y él ni siquiera había dejado caer una sola gota.

—Enséñame cómo haces eso —le dijo.

Ichigo la miró con curiosidad.

—¿El qué?

—Lo que haces con la cuchara. Me estás poniendo de los nervios. No consigo que mis tallarines acaben enrollados en el tenedor; se quedan todos sueltos y me pongo perdida.

—Claro, y no queremos que nos rodeen un montón de tallarines gigantes que lo dejen todo hecho un asco, ¿verdad?

Rukia se rió.

— A ver, ¿cómo lo haces?

Ichigo tomó un sorbo de vino y dejó la copa a un lado.

—Veamos, así me resultará más fácil enseñártelo.

Y se deslizó entre el sofá y Rukia.

—Ichigo… —le advirtió ella.

—Sólo voy a enseñarte lo que quieres.

—Hum… —exclamó dubitativa.

De todos modos, no podía evitar que su proximidad le calara hasta los huesos, hasta el alma. La calidez del pecho de Ichigo se extendió por su espalda cuando la rodeó con sus brazos.

Al sentarse tras ella, él dobló las rodillas, de modo que quedaron a cada lado de su cuerpo y cuando se inclinó hacia delante, Rukia notó su erección presionándole en la cadera. Esta vez no se sorprendió. Curiosamente, estaba empezando a acostumbrase.

Unos sentimientos extraños e intensos comenzaron a extenderse en su interior, jamás le había ocurrido algo así. ¿Qué tenía Ichigo que le hacía sentirse tan protegida y feliz? Si se trataba de la maldición, deberían cambiarle el nombre, porque no había nada malévolo en las sensaciones que la embargaban.

— Muy bien —le dijo Ichigo, y su aliento le rozó la oreja haciendo que una descarga eléctrica la traspasara. Al instante, le cogió las manos y los dos juntos sostuvieron los cubiertos.

Cerró los ojos, mientras aspiraba el dulce aroma a jazmín que desprendía el cabello de Rukia. Estaba empleando toda su fuerza de voluntad para concentrarse en la tarea de enseñarle a comer tallarines, y olvidarse de lo mucho que deseaba hacerle el amor.

Ella deslizó provocativamente los dedos entre los suyos, intensificando de ese modo las sensaciones que su piel producían en Ichigo. Un nuevo tipo de desesperación se adueñó de él. Una que no era capaz de nombrar. Sabía lo que quería de ella, y no se trataba sólo de su cuerpo.

Pero no se atrevía a pensar en eso. No se atrevía a tener esperanzas.

Rukia no estaba a su alcance. Su corazón se lo decía, y su alma. Ni todo el anhelo del mundo podría cambiar un hecho esencial: no se merecía una mujer como ella.

Jamás lo había merecido…

Abrió los ojos y le mostró el modo de usar la cuchara para ayudarse a enrollar los tallarines en el tenedor.

— ¿Ves? —murmuró, acercándole el tenedor a los labios—. Es sencillo.

Ella abrió la boca y Ichigo introdujo con cuidado el tenedor. Mientras lo sacaba, deslizándolo entre sus labios, sintió que experimentaba una nueva forma de tortura. El corazón le latía a un ritmo frenético y salvaje, y su sentido común le decía que se alejara de ella.

Pero no podía. Llevaba tanto tiempo sin compañía. Tanto tiempo sin tener un amigo…

No podía dejarla ahora. No sabía cómo hacerlo. Así que siguió dándole de comer.

Rukia se reclinó entre sus brazos. Apartó las manos de las suyas y dejó que él tomara el control. Mientras masticaba los tallarines, cogió un trozo de pan y se lo ofreció a Ichigo. Él le mordisqueó los dedos al ponérselo en la boca.

Rukia sonrió y le acarició el mentón mientras masticaba. La forma en que se tensaba ese músculo bajo su mano… le encantaba cómo se movía su cuerpo, cómo se relajaban y se contraían sus músculos, por muy pequeño que fuese el esfuerzo.

Una mujer jamás podría cansarse de mirarlo. Tomó un sorbo de vino y, mientras tanto, Ichigo le robó unos cuantos tallarines.

— ¡Oye, tú! —le dijo bromeando—. Eso es mío.

Sus ojos ámbar resplandecieron al sonreír, y le ofreció de nuevo el tenedor para que siguiera comiendo. Mientras masticaba, Rukia le acercó la copa de vino a los labios.

Desafortunadamente, no calculó bien y la alejó demasiado pronto, con lo que el vino se derramó por su barbilla y cayó sobre la camisa.

— ¡Lo siento! —exclamó, limpiándole la barbilla con los dedos—. ¡La que he formado!

A él no pareció molestarle en absoluto. Le cogió la mano y se dedicó a lamer el vino que caía por sus dedos. Rukia dejó escapar un gemido. Ichigo le lamía los dedos y los mordisqueaba con mucha suavidad, y ella se estremecía de la cabeza a los pies.

Uno a uno, los fue limpiando meticulosamente. Y cuando acabó, le alzó la barbilla y capturó sus labios. Pero no fue el beso exigente y fiero al que ella estaba acostumbrada. El que utilizaba para seducirla y devorarla. Éste fue suave y tranquilo. Tierno. Los labios de Ichigo eran delicados.

Entonces se alejó.

—¿Aún tienes hambre? —le preguntó.

—Sí —balbució Rukia, sin referirse a la comida, sino a los apetitos que su cuerpo estaba experimentando junto a él.

Ichigo le ofreció más tallarines. Cuando ella le acercó la copa nuevamente para calmar su sed, Ichigo le cubrió la mano con la suya mientras la observaba con ojos risueños.

Así siguieron, dándose de comer y deleitándose en su mutua compañía, hasta el final de la película. Ichigo pareció muy interesado en las luchas finales.

—Vuestras armas son fascinantes —comentó.

—Supongo que para un guerrero deben serlo.

Una vez acabó la película, la ayudó a recoger la cocina. Cuando ella cargaba el lavavajillas, sonó el teléfono.

—No tardaré nada —le dijo mientras corría hacia la salita para contestar.

—Rukia, ¿eres tú?

Se quedó helada al escuchar la voz de Yammy.

— Hola, señor Riyalgo —lo saludó fríamente. El tipo le daba escalofríos.

—¿Dónde estuviste hoy, Rukia? No estarás enferma, ¿verdad? Podría llevarte…

—¿No le cambió Hinamori su cita?

—Sí, pero estaba pensando que podíam…

—Mire, señor Riyalgo, no atiendo a mis pacientes en casa. Le veré a la hora de su sesión. ¿De acuerdo?

La línea se quedó en silencio.

— ¿Rukia?

Ella saltó y chilló al escuchar la voz de Ichigo a su espalda. Él la observaba con curiosidad, con una expresión que muy bien podría haber encontrado divertida si no hubiese estado tan aterrorizada.

—¿Estás bien? —le preguntó él.

—Sí, lo siento —dijo, colgando el teléfono—. Era ese paciente del que te hablé. Riyalgo. Me saca de quicio.

—¿Qué?

—Que me pone muy nerviosa —por primera vez, agradecía muchísimo la presencia de Ichigo. De no estar él, se habría ido a casa de Rangiku y Gin, en busca de su hospitalidad durante el fin de semana—. Venga —le dijo mientras apagaba la luz de la cocina—. ¿Nos vamos arriba y empiezo a enseñarte a leer?

Ichigo negó con la cabeza.

— No abandonas, ¿verdad?

—No.

—Muy bien —le respondió, siguiéndola escaleras arriba—. Acepto que me des clases si te pones la negligé viol…

— No, no y no —dijo ella, deteniéndose en mitad de la escalera y girándose para mirarlo—. Me temo que eso no va a ser posible.

Él se acercó y le acarició el pelo.

— ¿No sabes que necesito una musa que me anime a aprender? ¿Y qué mejor musa que tú vestida con…?

Rukia le colocó los dedos sobre los labios para impedir que siguiera hablando.

— Si me pongo eso, dudo mucho que vayas a aprender algo que no sepas ya.

Él le mordisqueó los dedos.

— Prometo comportarme bien.

Sabiendo que era una idea pésima, dejó que la convenciera.

— Será mejor que te comportes —le advirtió, mirándole por encima del hombro mientras acababa de subir los escalones.

Rukia entró en el enorme vestidor que había convertido en biblioteca años atrás, y rebuscó en los estantes hasta encontrar su viejo cuento de Peter Pan.

Ichigo rebuscó en sus cajones hasta encontrar el atrevido atuendo. Intercambiaron objetos en el centro de la habitación. Rukia corrió hacia el cuarto de baño y se cambió de ropa pero, tan pronto como se contempló en el espejo, con la diáfana prenda violeta, fue incapaz de moverse.

Ella no era ninguna modelo. Si Ichigo la veía con esas pintas saldría decepcionado de la habitación. Negó con la cabeza y se quitó la negligé incapaz de soportar la humillación de verlo así. Se puso su sencilla camisola blanca, se envolvió en el albornoz y regresó a la habitación.

Ichigo meneó la cabeza al verla desde la cama.

— ¿Por qué te has puesto eso?

— Mira, no soy idiota. No tengo el tipo de cuerpo que hace que los hombres babeen.

— ¿Qué estás intentando decirme?, ¿qué eres un hombre?

Ella frunció el ceño ante su lógica.

— No.

— ¿Entonces cómo sabes que tu cuerpo no despierta el deseo de un hombre?

— Porque no soy ciega. ¿Vale? Los hombres no babean por mí del mismo modo que las mujeres hacen contigo. ¡Maldita sea!, me considero afortunada cuando se dan cuenta de que soy una mujer.

—Rukia —masculló, levantándose. Se puso en pie y se detuvo a los pies de la cama—. Ven aquí —le ordenó.

Ella obedeció. Ichigo la colocó exactamente enfrente del espejo de cuerpo entero.

—¿Qué ves? —le preguntó.

—A ti.

Él le sonrió. Inclinándose, apoyó la barbilla sobre el hombro de Rukia.

—¿Qué ves cuando te miras?

—Veo a alguien que necesita ganar algunos kilos y comprarse un cargamento de crema bronceadora porqué está blanquísima.

A él no pareció hacerle gracia. Le pasó las manos por la cintura, hasta la parte delantera del albornoz, donde descansaba el nudo del cinturón.

— Déjame que te diga lo que yo veo —ronroneó justo sobre su oreja, mientras colocaba las manos sobre el cinturón, sin abrirlo—. Veo un hermoso cabello negro. Suave y ligero. Tienes el cabello ideal para que brille sobre el vientre desnudo de un hombre, para enterrar la cara en él y aspirar su aroma.

Rukia empezó a temblar.

— Tienes un rostro perfectamente equilibrado, con unos ojos violetas que no había visto en toda mi existencia, con labios llenos y sensuales que piden a gritos ser besados. Y con respecto a tu piel blanca, es fascinante y te da un toque único.

No sonaba tan mal dicho por él. Le desabrochó el albornoz e hizo una mueca ante la visión de la camisola. Abriéndolo del todo, siguió hablando.

— ¿Qué tenemos aquí? —masculló, devorándola con los ojos.

Antes de poder pensar siquiera en protestar, Ichigo le bajó el albornoz por los brazos y lo dejó caer al suelo, a sus pies. Volvió a apoyar la barbilla en su hombro mientras sus ojos la contemplaban a través del espejo.

Le alzó la camisola.

— Ichigo—dijo ella, cogiéndole la mano.

Sus miradas se encontraron en el espejo. Rukia no pudo moverse, ya que la pasión y la ternura que se reflejaban en los ojos de Ichigo la sumieron en un estado de trance.

— Quiero verte, Rukia —le dijo en un tono que dejaba a las claras que no admitiría un no por respuesta.

Antes de poder volver a pensar con claridad, él le quitó la camisola y pasó sus manos sobre la piel desnuda de su estómago.

—Tus pechos tienen el tamaño perfecto para la mano de un hombre —susurró, incorporándose tras ella y cubriéndolos con sus manos.

—Ichigo—balbució Rukia con un gemido y el cuerpo abrasado—. Recuerda tu promesa.

— Me estoy comportando bien —respondió él con voz ronca.

Apoyándose sobre sus duros pectorales, Rukia observó sin aliento en el espejo cómo Ichigo dejaba sus pechos y le acariciaba las costillas, descendiendo hasta las caderas y una vez allí, metía las manos bajo el elástico de sus braguitas.

— Tienes un cuerpo hermoso, Rukia —le dijo mientras le acariciaba el pubis.

Por primera vez en toda su vida, lo creyó.  Ichigo le mordisqueó el cuello mientras sus dedos rozaban la sensible piel de su monte de Venus.

— Ichigo— lloriqueó, sabiendo que si no lo detenía ahora no sería capaz de hacerlo más tarde.

— ¡Shh! —le dijo al oído—. Ya te tengo.

Y, entonces, separó los tiernos pliegues de su cuerpo y acarició su sexo. Rukia gimió, consumida por la pasión. Ichigo capturó sus labios y la besó plena y profundamente. De forma instintiva, se dio la vuelta entre sus brazos para saborearlo mejor.

La levantó del suelo, sin abandonar sus labios, mientras la llevaba hasta la cama. De algún modo, se las arregló para acomodarla sobre el colchón y tumbarse sobre ella sin dejar de besarla.

Ciertamente tenía un gran talento y Rukia se sentía arder con sus caricias. Con su aroma escandalosamente sensual. Con la sensación de su cuerpo tendido junto a ella. Comenzó a temblar de pies a cabeza mientras él le separaba los muslos con las rodillas y se colocaba, aún vestido, sobre ella.

Sentir su peso era algo maravilloso. Su cuerpo masculino, mientras restregaba sus caderas contra ella. Aun a través de los vaqueros, podía sentir su erección presionando sobre su entrepierna.

Como si estuviesen atraídas por un imán, sus caderas se alzaron acompasándose al movimiento de Ichigo.

— Eso es, Rukia —murmuró sobre sus labios, mientras seguía rozando su miembro hinchado contra ella, de un modo tan magistral que Rukia supo que ya habría llegado al clímax si estuviese dentro de ella—. Siente mis caricias. Siente mi deseo por ti, sólo por ti. No luches contra él.

Rukia volvió a gemir cuando Ichigo abandonó sus labios y dejó un abrasador reguero de besos por su garganta, hasta llegar a sus pechos, que comenzó a succionar con suavidad.

Rukia deliraba de placer mientras enterraba las manos en el cabello naranja de Ichigo.

Él atormentó implacablemente sus pechos con la lengua. Todo su cuerpo temblaba por el tremendo esfuerzo que le suponía mantenerse vestido. Quería introducirse en ella con tanta desesperación que su cordura se desvanecía poco a poco.

Con cada envite de sus caderas contra las de Rukia, le daban ganas de gritar por la agonía del deseo insatisfecho. Era la tortura más deliciosa que jamás había experimentado.

Y todo empeoró al sentir a Rukia deslizar las manos por su espalda, e introducirlas en sus bolsillos traseros para acercarlo aún más, apretándolo con fuerza.

Ichigo se estremeció ante la sensación.

— ¡Sí, oh, sí! —jadeaba Rukia cuando él aumentó el ritmo de sus embestidas.

Ichigo sintió que todo le daba vueltas. Tenía que hundirse en ella. Y si no podía hacerlo de una manera, lo haría de otra. Se apartó de ella y se movió hacia abajo, pasando los labios por su estómago y besándole las caderas mientras le quitaba las braguitas.

Rukia temblaba de pies a cabeza al sentir el poder que él ostentaba en ese momento.

— Por favor —le suplicó, incapaz de soportarlo más.

Le apartó los muslos con los codos. Rukia se lo permitió sin protestar. Colocó las manos bajo ella y le elevó las caderas hasta que le pasó las piernas por encima de sus hombros. Los ojos se le abrieron de par en par en el mismo instante en que Ichigo la tomó en la boca.

Rukia enterró las manos en el cabello de él y echó la cabeza hacia atrás, siseando de placer ante las caricias tan íntimas que la lengua de Ichigo le prodigaba.

Jamás había experimentado algo así. Una y otra vez, penetrándola con la lengua implacablemente, él la lamía, la atormentaba, hurgaba en su interior hasta dejarla sin aliento, exhausta.

Ichigo cerró los ojos y gruñó cuando probó su sabor. Y disfrutó de la sensación. Los murmullos de placer que escapaban de la garganta de Rukia resonaban en sus oídos.

Percibía cómo ella reaccionaba ante cada caricia sensual de su lengua, cuidadosamente ejecutada. De hecho, sentía como le temblaban los muslos y las nalgas, como se estremecían contra sus hombros y sus mejillas. Rukia se retorcía de modo muy erótico en respuesta a sus caricias.

Con la respiración entrecortada, Ichigo quiso mostrarle exactamente lo que se había estado perdiendo. Cuando saliera de la habitación esa noche, Rukia no volvería a encogerse de temor ante sus caricias.

Ella gimoteó cuando movió la mano despacio para introducir el pulgar en su vagina, mientras continuaba lamiéndola.

— ¡Ichigo! —jadeó con un involuntario estremecimiento de su cuerpo.

Él movió el dedo y la lengua aún más rápido, más profundo, aumentando la presión mientras giraba y giraba. Rukia sentía que la cabeza le daba vueltas.

Y, cuando pensaba que ya no podría soportarlo más, alcanzó el clímax de forma tan violenta que echó la cabeza hacia atrás y gritó mientras su cuerpo se convulsionaba por las continuas oleadas de placer.

Pero Ichigo no se detuvo, siguió prodigándole caricias hasta que tuvo otro nuevo orgasmo, casi seguido al primero.

La tercera vez que le ocurrió pensó que moriría.

Débil, y totalmente saciada, sacudía la cabeza a uno y otro lado, sobre la almohada, mientras él continuaba su implacable asalto.

— Ichigo, por favor —le suplicó mientras su cuerpo seguía experimentando continuos espasmos por sus caricias—. No puedo más.

Sólo entonces, él se apartó.

Rukia se sentía palpitar desde la cabeza hasta los pies, y respiraba entrecortadamente. Jamás había conocido un placer tan intenso.

Ichigo trazó una senda de besos desde sus muslos hasta su garganta, y allí se quedó.

—Dime la verdad, Rukia —le dijo al oído—. ¿Has sentido algo así antes?

—No —susurró ella con honestidad; dudaba que muchas mujeres hubiesen conocido algo semejante a lo que ella acababa de experimentar. Quizás no hubiese ninguna—. No tenía ni idea de que pudiese ser así.

Con una mirada hambrienta, Ichigo la contempló como si quisiese devorarla.

Ella sintió la presión de su erección sobre la cadera y cayó en la cuenta que él no había llegado al orgasmo. Había mantenido su promesa.

Con el corazón latiéndole frenético ante el descubrimiento, quiso proporcionarle lo mismo que ella acababa de vivir. O al menos, algo que se le aproximara.

Bajando la mano, comenzó a desabrocharle los pantalones.

Ichigo le cogió la mano y se la llevó a los labios para besarle la palma con mucha ternura.

— Tu intención es buena, pero no te molestes.

— Ichigo—le dijo en tono de reproche—. Sé que es muy doloroso para un hombre si no se…

— No puedo —insistió él, interrumpiéndola de nuevo.

Rukia lo miró ceñuda.

— ¿Que no puedes qué?

— Tener un orgasmo.

Rukia abrió la boca, atónita. ¿Estaría diciendo la verdad? De todos modos, sus ojos tenían una expresión mortalmente seria.

— Es parte de la maldición —le explicó él—. Puedo darte placer, pero si me tocas justo ahora, sólo conseguirás hacerme más daño.

Sufriendo por él, le acarició la mejilla.

— Entonces, ¿por qué…?

— Porque quería hacerlo.

No lo creía. No. Apartó la mano de su rostro y miró hacia otro lado.

— Querrás decir porque tenías que hacerlo. Por la maldición también, ¿no es cierto?

Él la cogió por la barbilla y la obligó a mirarle a los ojos.

— No. Estoy luchando contra la maldición, si no fuese así, estaría dentro de ti ahora mismo.

— No lo entiendo.

— Yo tampoco —le confesó mirándola a los ojos, como si buscase en ella la respuesta—. Acuéstate conmigo —susurró—. Por favor.

Rukia hizo una mueca de dolor ante el sufrimiento que destilaba aquella sencilla petición. Su pobre Ichigo. ¿Cómo podían hacerle eso a alguien como él?

Ichigo cogió el libro y se lo dio a Rukia.

— Léeme.

Ella abrió el cuento mientras él colocaba las almohadas en el cabecero de la cama. Se estiró en el colchón e hizo que Rukia se tumbara a su lado. Sin decir una sola palabra, tiró de la manta y la rodeó en un tierno gesto con su brazo. El olor a incienso la asaltó de nuevo, mientras comenzaba a leerle la historia de Wendy y Peter Pan.

Estuvieron así durante una hora.

— Me encanta tu voz. Tu forma de hablar —le dijo mientras Rukia se detenía para pasar una página.

Ella sonrió.

— Debo decir lo mismo de ti. Tienes la voz más cautivadora que he escuchado jamás.

Ichigo le quitó el libro de las manos y lo dejó sobre la mesita de noche. Rukia alzó la mirada hasta sus ojos. El deseo los hacía más brillantes, y la contemplaba con un anhelo que la dejó sin respiración.

Entonces, para su asombro, la besó suavemente en la punta de la nariz.

Alargó el brazo, cogió el mando a distancia y bajó las luces hasta dejar la habitación en penumbra. Rukia no sabía qué decir mientras él se acurrucaba tras ella y la abrazaba por la espalda.

Ichigo le apartó el pelo de la cara y apoyó la cabeza en la almohada, al lado de la suya.

— Me encanta tu olor —le susurró, abrazándola con fuerza.

— Gracias —respondió ella en un murmullo.

No estaba segura, pero le daba la impresión de que Ichigo sonreía. Se acurrucó aún más, acercándose a la calidez de su cuerpo, pero los vaqueros le rasparon las piernas.

— ¿No estás incómodo vestido? ¿No deberías cambiarte de ropa?

— No —contestó tranquilamente—. De este modo, sé que mi cucharilla permanecerá alejada de tu…

— Ni se te ocurra decirlo —dijo con una carcajada—. No te ofendas, pero tu amigo es asqueroso.

— Sabía que había una razón para que me gustaras tanto.

Rukia le quitó el mando a distancia de las manos.

— Buenas noches, Ichigo.

— Buenas noches, Rukia.

Apagó la luz.

Al instante, notó cómo Ichigo se tensaba. Su respiración se convirtió en un jadeo entrecortado y se apartó de ella.

— ¿Ichigo?

Él no contestó.

Preocupada, Rukia encendió la luz para poder verle. Se abrazaba con fuerza el torso, con los brazos cruzados sobre el pecho. Tenía la frente cubierta de sudor y una mirada aterrada y salvaje mientras se esforzaba por respirar.

— ¿Ichigo?

Él observó la habitación como si acabara de despertar de una pesadilla espantosa. Rukia vio cómo alzaba un brazo y colocaba la mano en la pared, para asegurarse que todo era real, no una alucinación.

Se humedeció los labios, se pasó la mano por el pecho y tragó saliva. Y entonces, Rukia lo entendió.

La oscuridad. Por eso no había apagado las luces, sino que había bajado la intensidad.

— Lo siento Ichigo, no lo sabía.

Él seguía sin hablar. Rukia lo abrazó, sorprendida de que un hombre tan fuerte buscase consuelo en ella como si no pudiese hacer otra cosa. Ichigo apoyó la cabeza sobre sus pechos.

Con los dientes apretados, Rukia sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. Y en ese instante supo que jamás le dejaría regresar a ese libro. Nunca.

De algún modo, romperían la maldición. Y, cuando todo hubiese acabado, esperaba que Ichigo pudiese vengarse del responsable de su sufrimiento.

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CONTINUARÁ…

¡Ooooohhhhhhhh! ¡¡¡¡Quiero un libro con el que poder invocar a uno como Ichigo ya mismo!!!!! jajajajajaja Envidiemos a Rukia con todas nuestras fuerzas xDD

Y demos gracias a Sherrilyn por estos capítulos tan... tan... INCREÍBLES! >//////< 

Pobrecito Ichigo al final del capítulo, normal que le de miedo a la oscuridad si ha estado tanto tiempo encerrado :(

Como véis he aprovechado que Yammy acosaba a Rukia en mi fanfic de 'Striptease' para ponerlo aquí también. Me venía de perlas jajaja

No he tenido que hacer muchos cambios en este capítulo porqué a la vista está, que es perfecto! ^^

¡NOS LEEMOS EN EL SIGUIENTE!

Kisses <3