LEYENDA SHINIGAMI Capítulo 5

LEYENDA SHINIGAMI
(Adaptación de 'Un amante de ensueño' 
de la autora Sherrilyn Kenyon) 
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CAPÍTULO 5

La mañana pareció transcurrir muy lentamente con la habitual ronda de citas y ahora estaba en un pequeño momento de descanso. Por mucho que intentase concentrarse en sus pacientes y sus problemas, no lo lograba. Una y otra vez, su mente volvía a recordar una piel tostada por el sol y unos ardientes ámbar.

Y una sonrisa…

Cómo desearía que Ichigo no le hubiese sonreído jamás. Esa sonrisa podía muy bien ser su perdición.

Rukia alzó la vista del cuaderno donde garabateaba bocetos de hombres vestidos de negro con una espada en sus manos y miró por la ventana preguntándose si Ichigo vistió de esa manera, si también fue un espíritu que los humanos no podían ver como contaban los libros de historia, ya que era un Shinigami no un samurai normal, o si fue bueno con la espada.

‘Y con respecto a qué fue lo que hice para que me castigaran: provocar la envidia de los otros Dioses de la Muerte’

Estaba segura de que sí que había sido muy bueno. Se lo imaginó luchando, moviendo la katana como si no pesara nada, sus músculos de la espalda contrayéndose y relajándose, las gotas de sudor resbalándole por la piel…

— Ay, Rangiku —resopló—, ¿cómo consigues meterme en estos líos?

Antes de poder hilar ese pensamiento, sonó el zumbido del intercomunicador.

—¿Sí, Hinamori? —preguntó a su secretaria.

— Su cita de las once ha sido cancelada, y su amiga Rangiku Matsumoto ha llamado seis docenas de veces; y no estoy exagerando, ni bromeando. Ha dejado una cantidad impresionante de mensajes para que la llame al móvil tan pronto como sea posible.

— Gracias.

Cogió su móvil y marcó el número de Rangiku.

— ¡Uf, menos mal! —exclamó su amiga antes de que Rukia pudiese pronunciar palabra—. Ya puedes venir aquí y llevarte a tu novio a casa. ¡Ahora mismo!

— No es mi novio, es tu…

— ¡Ah!, ¿quieres saber lo que es? —le preguntó Rangiku con un tono histérico—. Es un jodido imán de estrógenos, eso es lo que es. Estoy rodeada de una multitud de mujeres en este mismo momento. He intentado llevar a Ichigo de vuelta a tu casa esta mañana, pero no he podido abrir un huequecito en semejante muchedumbre. Te juro que si lo ves, pensarías que hay un famoso. Es la primera vez que soy testigo de algo así. Y ahora, ¡mueve el culo y ven a ayudarme!

Y colgó.

Rukia maldijo su suerte y le pidió a Hinamori, a través del intercomunicador, que cancelara todas las citas pendientes para el resto del día.

Tan pronto como llegó a la plaza, entendió lo que Rangiku había querido decirle. Habría unas veinte mujeres rodeando a Ichigo, y docenas más boquiabiertas al pasar cerca del tenderete.

Las que estaban más cerca de él, se empujaban a codazos tratando de llamar su atención.

Pero lo más increíble de todo era contemplar a las tres mujeres que le pasaban los brazos por la cintura, mientras otra les hacía una foto.

— Gracias —ronroneó una de ellas, cuya edad rondaría los treinta y cinco, dirigiéndose a Ichigo mientras le arrebataba la cámara a la chica que acababa de hacer la instantánea. La sostuvo delante del pecho en un intento de atraer la atención de Ichigo, pero él no pareció interesado en lo más mínimo—. Esto es simplemente maravilloso —continuó babeando—. No puedo esperar a llegar a casa y enseñársela a mi grupo de novela. Jamás me creerán cuando les cuente que me he encontrado con un modelo de portada de novela romántica.

Había algo en la rigidez de Ichigo que le decía que no le gustaba la atención que despertaba. Pero tenía que admitir que no se comportaba de forma abiertamente maleducada.

No obstante, la sonrisa no le llegaba a los ojos; y la que tenía en esos momentos no se parecía en nada a la que le había dedicado a ella la noche anterior.

— Un placer — les contestó.

Las risitas que siguieron al comentario fueron ensordecedoras. Rukia agitó la cabeza totalmente incrédula. ¡Chicas, un poco de dignidad…!

Y de nuevo, observando el rostro de Ichigo, su cuerpo y su sonrisa, le sobrevino aquella sensación de vértigo, tan habitual desde que le viera por primera vez. ¿Cómo iba a culparlas por comportarse como adolescentes a la puerta de un concierto en un centro comercial?

De repente, Ichigo miró más allá de la marea de admiradoras y la vio. Rukia arqueó una ceja, indicándole que encontraba la situación bastante divertida.

Al instante, la sonrisa se borró de su rostro y clavó los ojos en ella como un hambriento depredador que acaba de encontrar su próxima comida.

— Si me disculpan —dijo, abriéndose paso entre las mujeres y dirigiéndose directamente hacia Rukia.

Ella tragó saliva al percibir la instantánea hostilidad de las mujeres, que fruncieron el ceño en masa, observándola. Pero fue mucho peor el repentino y crudo arrebato de deseo que la recorrió por completo, e hizo que su corazón comenzara a latir descontrolado. Con cada paso que Ichigo daba hacia ella, la sensación se multiplicó por diez.

— Hola, Rukia —dijo Ichigo, alzándole la mano para depositar un beso sobre los nudillos.

Una ardiente descarga eléctrica recorrió su espalda y, antes de que pudiese moverse, él la arrastró hacia sus brazos y le dio un tórrido beso que le desgarró el alma. Cerró los ojos de forma instintiva y saboreó la calidez de su boca y de su aliento; la sensación de sus brazos rodeándola con fuerza contra su pecho.

La cabeza comenzó a darle vueltas.

¡Uf, ciertamente este hombre sabía cómo dar un beso! Ichigo tenía una forma de mover los labios que desafiaba cualquier posible explicación. Y su cuerpo… Rukia nunca había sentido nada parecido.

Una de las «admiradoras» susurró un apenas audible ¡Lagarta!, que rompió el hechizo.

—Ichigo, por favor —murmuró—. La gente nos mira.

—¿Y a ti te importa?

—¡Pues claro!

Ichigo separó sus labios de los de la morena con un gruñido. Con las mejillas al rojo, Rukia captó las miradas envidiosas de las mujeres mientras se dispersaban.

El shinigami se apartó y dio un paso hacia atrás; su rostro mostraba a las claras lo poco dispuesto que estaba a mantenerse alejado.

— Por fin —dijo Rangiku con un suspiro—. De nuevo puedo oír —dijo agitando la cabeza—. Si hubiese sabido que iba a funcionar, yo misma le habría besado.

Rukia le dedicó una sonrisilla satisfecha.

— Bueno, tú eres la culpable.

— ¿Cómo dices? —le preguntó Rangiku.

Rukia señaló la ropa de Ichigo con un gesto de la mano.

— Mira cómo va vestido. No puedes mostrar en público a un dios griego con unos pantalones cortos y una camiseta de tirantes dos tallas más pequeña de la que necesita. ¡Por dios, Rangiku!, ¿en qué estabas pensando?

— En que estamos a 38º con una humedad del 84 por ciento. No quería que muriese por un golpe de calor.

— Señoras, por favor —dijo Ichigo, interponiéndose entre ellas—. Hace demasiado calor como para estar discutiendo en plena calle sobre algo tan trivial como mi ropa —dijo, deslizando una hambrienta mirada sobre Rukia, y sonriendo de una forma que derretiría a cualquier mujer—. Y no soy un dios griego, soy otro tipo de dios.

Rukia no entendió lo que Ichigo decía, ya que el sonido de su voz la tenía cautivada. ¿Cómo lo conseguía?, ¿cómo hacía que su voz sonara con ese tono tan erótico? ¿Sería su timbre profundo? No, era algo más. Pero no acaba de entender qué podía ser.

Honestamente, lo único que quería era encontrar una cama y dejar que hiciese con ella todo lo que se le antojase; y sentir su piel bajo las manos.

Observó a Rangiku y vio que ésta se lo comía con los ojos, mientras le miraba las piernas desnudas y el trasero.

— Tú también lo sientes, ¿verdad? —le preguntó.

Rangiku alzó la mirada, parpadeando.

— ¿El qué?

— A él. Es como si fuese el Flautista de Hamelin y nosotras fuésemos las ratas, seducidas por su música —Rukia se dio la vuelta y observó el modo en que las mujeres lo miraban; algunas incluso estiraban el cuello para verle mejor—. ¿Qué hay en él que nos hace olvidar nuestra voluntad? —preguntó.

Ichigo arqueó una ceja con un gesto arrogante.

— ¿Yo te atraigo en contra de tu voluntad?

— Sinceramente sí. No me gusta sentirme de este modo.

— ¿Y cómo te sientes? —le preguntó él.

— Sexualmente atractiva —le contestó antes de poder contener la lengua.

— ¿Cómo si fueras una diosa? —le volvió a preguntar él con voz ronca.

— Sí —respondió, mientras Ichigo se acercaba a ella.

No la tocó, pero tampoco es que hiciese falta. Su mera presencia conseguía abrumarla y embriagarla tan sólo con que clavase su mirada en sus labios o en su cuello. Podía jurar que realmente sentía el calor de sus labios sobre la garganta.

Y Ichigo ni siquiera se había movido.

— Yo puedo decirte qué es —ronroneó él.

— La maldición, ¿no es cierto?

Ichigo negó con la cabeza mientras alzaba una mano para pasarle muy lentamente el dedo por el pómulo. Rukia cerró los ojos con fuerza al sentir una feroz oleada de deseo. Si no lo miraba, quizás fuese capaz de mantenerse firme y no capturar ese dedo con los dientes.

Ichigo se inclinó un poco más y frotó la mejilla contra la de ella.

— Es el hecho de que puedo percibirte a un nivel que los hombres de tu misma edad no aprecian. Vuelve a casa conmigo, Rukia —le susurró al oído—. Ahora. Déjame que te abrace, que te desnude y que te enseñe cómo quieren los dioses que un hombre ame a una mujer. Te juro que lo recordarás durante el resto de tu vida.

Rukia cerró los ojos mareada con el aroma del incienso. El aliento de Ichigo le acariciaba el cuello y su rostro estaba tan cerca que podía sentir los incipientes pelos de su barba rozándole la mejilla.

Todo su cuerpo quería rendirse ante él. Sí, por favor, sí.

Miró los músculos de los hombros y el hueco de la garganta. Cómo desearía pasar la lengua por esa piel dorada, y comprobar que el resto de su cuerpo era tan sabroso como su boca. Ichigo sería espléndido en la cama. No había duda. Pero ella no significaba nada para él. Nada en absoluto.

— No puedo —balbuceó, dando un paso atrás.

Con la decepción reflejada en los ojos, Ichigo apartó la mirada y adoptó una actitud brusca y resuelta.

— Podrás —le aseguró.

Interiormente, sabía que Ichigo tenía razón. ¿Cuánto tiempo sería capaz una mujer de resistirse a un hombre como él? Alejando esos pensamientos de la mente, miró al otro lado de la calle.

— Necesitamos comprarte algo que te siente bien.

— No he podido hacer otra cosa —dijo Rangiku—.  Le saca una cabeza a Gin, y es más ancho de hombros La estupenda idea de que lo trajera conmigo fue tuya.

Rukia la miró con los ojos entornados y apuntó hacia una tienda de ropa.

— De acuerdo. Estaremos allí, por si nos necesitas.

— Muy bien, pero tened cuidado.

— ¿Que tengamos cuidado? —preguntó Rukia. Rangiku señaló a Ichigo con el dedo gordo.

— Si hay una estampida de mujeres, hazme caso y apártate de su camino. Desde que se fue el último grupo de «admiradoras» no siento el pie derecho.

Rukia cruzó la calle entre carcajadas. Sabía que Ichigo iría tras ella; de hecho, sentía su presencia justo a su espalda. Era algo innegable: ese hombre tenía una forma horrorosa de invadir sus pensamientos y sus sentidos.

Ninguno de los dos dijo una palabra mientras atravesaban la atestada galería comercial, y entraban en la tienda. Rukia echó un vistazo hasta encontrar la sección de ropa masculina. Cuando la localizó, se dirigió hacia allí.

— ¿Qué estilo de ropa te gusta más? —le preguntó a Ichigo, mientras se detenía junto al expositor de los vaqueros.

— Para lo que tengo en mente, el nudismo nos vendría bien.

Rukia puso los ojos en blanco.

— Estás intentando fastidiarme, ¿verdad?

— Tal vez. Debo admitir que me gusta mucho cuando te sonrojas.

Y se acercó a ella. Rukia se apartó y dejó que el mostrador de los vaqueros se interpusiera entre ellos.

— Creo que necesitarás por lo menos tres pares de pantalones mientras estés aquí.

Él suspiró y miró atentamente a esa extraña tela.

—¿Para qué molestarte si me iré dentro de unas semanas?

Rukia lo miró furiosa...

—¡Joder, Ichigo! —le espetó, indignada—. Te comportas como si nadie se hubiese preocupado de vestirte en tus anteriores invocaciones.

—No lo hicieron.

Rukia se quedó paralizada ante el desapasionado tono de su voz.

—¿Me estás diciendo que durante los últimos dos mil años nadie se ha preocupado de que te pongas algo de ropa encima?

—Sólo en dos ocasiones —le contestó con la misma inflexión monótona—. Una vez, durante una ventisca en Inglaterra, en la época de la Regencia, una de mis invocadoras me cubrió con un camisón rosa de volantes, antes de sacarme al balcón para que su marido no me encontrara en la cama. La segunda vez fue demasiado bochornosa para contártela.

—No tiene gracia. Y no entiendo cómo una mujer puede tener a un hombre al lado durante un mes y no preocuparse de que se vista.

—Mírame, Rukia —le dijo, extendiendo los brazos para que contemplara su esbelto cuerpo—. Soy un esclavo sexual. Nadie había pensado jamás en ponerme ropa para cumplir con mis obligaciones, antes de que tú llegaras.

La apasionada mirada de Ichigo la mantenía en un estado de trance, pero el dolor que él intentaba ocultar en las profundidades de sus ojos la golpeó con fuerza. Y el golpe le llegó al alma.

— Te aseguro —prosiguió él en voz baja— que una vez me tenían dentro, hacían cualquier cosa por mantenerme allí. En la Edad Media, una de las invocadoras atrancó la puerta y dijo a todo el mundo que tenía la peste.

Rukia desvió la mirada mientras le escuchaba. Lo que contaba era increíble, pero podía decir —por la expresión de su rostro— que no estaba exagerando ni un ápice.

No era capaz de imaginarse las degradaciones que habría sufrido a lo largo de los siglos.

—¿Te invocaban y ninguna de ellas conversaba contigo, ni te daba ropa?

—La fantasía de todo hombre, ¿no es cierto? Tener a un millón de mujeres dispuestas a arrojarse a tus brazos, sin compromisos ni promesas. Sin buscar otra cosa que tu cuerpo y las pocas semanas de placer que puedes proporcionarles —el tono ligero no consiguió ocultar la amargura que le invadía.

Puede que ésa fuese la fantasía de cualquier hombre, pero estaba claro que no era la de Ichigo.

— Bueno —dijo Rukia, volviendo a los vaqueros—, yo no soy así, y vas a necesitar llevar algo encima cuando salgamos.

La mirada que él le dedicó fue tan iracunda que dio un involuntario paso hacia atrás.

— No me maldijeron para ser mostrado en público, Rukia. Estoy aquí para servirte a ti, y sólo a ti.

Qué bien sonaba eso. Pero ni aún así iba a darse por vencida. No podía utilizar a otro ser humano de la forma que Ichigo describía. Estaba mal y no sería capaz de seguir viviendo consigo misma si le hacía eso.

— Me da igual —dijo, decidida—. Quiero que salgas conmigo y vas a necesitar ropa —y comenzó a mirar las tallas de los pantalones.

Ichigo guardó silencio. Rukia alzó los ojos y captó la tenebrosa y encolerizada mirada de él.

—¿Qué?

—¿Qué de qué? —espetó él.

—Nada. Vamos a ver cuál de éstos te queda mejor —cogió unos cuantos vaqueros de diferentes tallas y se los ofreció. Por el modo en que Ichigo reaccionó, cualquiera habría pensado que le estaba dando una mierda de perro.

Sin hacer caso de su amenazante apariencia, Rukia le empujó hacia los probadores y cerró con fuerza la puerta de uno de los compartimentos tras él.

Ichigo se quedó paralizado al entrar en el pequeño cubículo. Su imagen le asaltó súbitamente desde tres ángulos diferentes. Durante un minuto, fue incapaz de respirar mientras luchaba contra el irrefrenable deseo de huir del estrecho y reducido habitáculo.

No podía hacer un solo movimiento sin darse un golpe con la puerta o con los espejos. Pero aún peor que la claustrofobia, fue enfrentarse a la imagen de su rostro. Hacía siglos que no contemplaba su reflejo y las tres finas trenzas que le identificaban como el capitán de su escuadrón, y que le caían sobre el hombro.

Alzó una temblorosa mano y las tocó mientras hacía algo que no había hecho en mucho tiempo: recordar aquellos gloriosos tiempos en los que lo único que le importaba era luchar y proteger a sus compañeros de armas. A sus amigos.

Ichigo encerró en su puño las pequeñas bolitas que había al final de cada trenza recordando que una vez fue un orgulloso Shinigami tan poderoso, temido y respetado a la vez. Recordaba los rostros de sus familiares y de sus amigos. Una época en la que él mismo gobernaba su destino.

Y ahora no era más que… un simple humano maldecido.

Con un nudo en la garganta, cerró los ojos y se quitó las cuentas del extremo de las trenzas, antes de comenzar a deshacerlas. Mientras sus dedos se esforzaban en deshacer la primera de ellas, miró los pantalones que había dejado caer al suelo.

¿Por qué estaba haciendo Rukia eso por él? ¿Por qué se empeñaba en tratarle como a un igual?

Estaba tan acostumbrado a ser tratado como a un objeto, que la amabilidad de esta mujer le resultaba insoportable. El trato impersonal y frío que había mantenido con el resto de sus invocadoras le había ayudado a tolerar la maldición, a no recordar quién y qué fue tiempo atrás.

A no recordar lo que había perdido. Eso le permitía concentrarse tan solo en el aquí y el ahora, en los placeres efímeros que tenía por delante. Pero nadie vivía de ese modo. Tenían familias, amigos, un futuro y muchos sueños.

Esperanzas.

Cosas que hacía siglos que él había dejado atrás. Cosas que jamás volvería a conocer.

— ¡Maldito seas, Aizen! —pensó mientras tironeaba de la última trenza—. ¡Y maldito sea yo también!
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Rukia lo miró asombrada, de la cabeza a los pies y de nuevo hacia arriba, cuando por fin Ichigo salió del probador vestido con unos vaqueros que parecían haber sido diseñados específicamente para él.

La ceñida camiseta de tirantes que Rangiku le había prestado, le llegaba justo a la estrecha cintura. Los pantalones le caían sobre las caderas, dejando a la vista una porción de su duro estómago, dividido en dos por la línea de vello clarito que comenzaba bajo el ombligo y desaparecía bajo el vaquero.

Rukia tuvo el fuerte impulso de acercarse a él y deslizar la mano por aquel sugerente sendero para investigar hasta dónde llevaba. Recordaba demasiado bien la imagen de Ichigo desnudo delante de ella.

Con los dientes apretados y tratando de normalizar la respiración, tuvo que admitir que los vaqueros le sentaban de maravilla. Estaba mucho mejor que con los pantalones cortos —si es que eso era posible.

Tenía el mejor culo que un vaquero hubiese tapado jamás, y en lo único que podía pensar era en pasar la mano por ese trasero y darle un buen apretón.

La vendedora, y la clienta a la que ésta atendía, dejaron de hablar y miraron a Ichigo boquiabiertas.

—¿Me quedan bien? —le preguntó a Rukia.

—¡Uf!, y tanto —le contestó Rukia sin aliento, antes de pensar en lo que iba a decir.

Ichigo le sonrió, pero la sonrisa no le iluminó los ojos. Rukia dio una vuelta completa a su alrededor y se fijó en la talla. Distraída por su espalda, pasó inadvertidamente los dedos sobre su piel mientras cogía la etiqueta. Sintió como Ichigo se tensaba.

— Ya sabes —dijo él, mirándola por encima del hombro—, que disfrutaríamos muchísimo más si ambos estuviésemos desnudos. Y en tu cama.

Rukia escuchó cómo la vendedora y la otra mujer jadeaban sorprendidas. Con el rostro abochornado, se enderezó y lo miró furiosa.

— Tenemos que hablar con urgencia sobre los comentarios adecuados en un lugar público.

— Si me llevaras a casa, no tendrías que preocuparte por eso.

El tipo era realmente implacable. Moviendo la cabeza con incredulidad, Rukia cogió dos pares más de vaqueros, unas cuantas camisas, un cinturón, unas gafas de sol, calcetines, zapatos y varios boxers enormes y horrorosos. Ningún hombre estaría atractivo con aquellos calzoncillos, decidió. Y lo último que pretendía era que Ichigo resultase aún más apetecible.

Salieron de la zona de los probadores con Ichigo vestido de arriba abajo con la ropa nueva: un polo, unos vaqueros y unas zapatillas de deporte.

— Ahora pareces casi humano —bromeó Rukia, mientras dejaban atrás el departamento de ropa masculina.

Ichigo le dedicó una mirada fría y letal.

—Sólo por fuera —le contestó con voz tan baja que Rukia no estuvo segura de haber escuchado bien.

—¿Qué has dicho? —le preguntó.

—Que sólo soy humano exteriormente. Yo no tengo alma —dijo él hablando más alto.

Rukia captó la angustia en su mirada. Su corazón comenzó a latir con más fuerza.

—Ichigo —dijo con claras intenciones de reprenderle—, claro que tienes alma. Siempre seguirás siendo un Shinigami. ¿No vivíais muchos años?

Él apretó los labios y le contestó con una mirada sombría y precavida.

—Cientos de años pero no miles. Y menos encerrado y sin ningún tipo de poder —miró a su alrededor, fijándose en cada rincón, en cada costado, parándose y cerrando los ojos antes de volver a abrirlos—. Desde la maldición, ya no soy capaz de ver a ningún fantasma ni de sentir ninguna presencia. Ya no tengo mi espada ni puedo regresar a mi hogar. De corazón seguiré siendo un Dios de la Muerte siempre pero mi alma hace muchísimo tiempo que está muerta.

Con el urgente deseo de reconfortarlo, ella llevó la mano hasta su mejilla.

— No está muerta, Ichigo. Sigue viva.

La duda que vio en sus ojos le partió el corazón. Sin saber muy bien qué hacer ni qué decir para que se sintiera mejor, dejó pasar el tema y se encaminó hacia la salida. Estaba casi saliendo cuando se dio cuenta de que Ichigo no iba tras ella.

Se giró y lo localizó de inmediato. Se había distraído en el departamento de lencería femenina; estaba de pie junto a un expositor de minúsculas negligés negras.

Comenzó a ruborizarse de nuevo; juraría que podía escuchar los lascivos pensamientos que pasaban en esos momentos por la mente masculina.

Sería mejor que fuese rápidamente a buscarlo, antes de que cualquiera de las mujeres se ofreciera como modelo. Se acercó apresuradamente y se aclaró la garganta.

— ¿Nos vamos?

Él la miró muy despacio, de arriba abajo y Rukia supo por sus ojos que estaba conjurando su imagen con aquella prenda de gasa.

— Estarías deslumbrante con esto.

Ella lo miró con escepticismo. Aquella cosa era tan diáfana que se transparentaría por entero.

Al contrario de lo que ocurría con él, el suyo no era un cuerpo que consiguiera hacer volver la cabeza de nadie —a menos que el susodicho estuviese muy desesperado. O hubiese estado encarcelado un par de décadas.

—No sé si deslumbraría a alguien, pero seguro que yo acababa congelada.

—No tardarías mucho en entrar en calor.

Rukia contuvo la respiración al escuchar sus palabras; las creyó a pies juntillas.

—Eres muy malo.

—No, en la cama no —dijo bajando la cabeza hacia la suya—. Realmente en la cama soy muy…

—¡Aquí estáis!

Rukia retrocedió de un salto al escuchar la voz de Rangiku. Ichigo le dijo algo en una japonés extraño que no logró entender.

—Vaya, vaya —dijo con tono acusador—. Rukia no entiende el japonés antiguo. Se dedicó a dormir durante todo el semestre —Rangiku la miró y chasqueó la lengua—. ¿Lo ves? Te dije que algún día te serviría para algo.

—¡Sí, claro! —dijo a carcajadas—. Como si en aquella época yo me pudiera haber imaginado que ibas a convocar a un esclavo sexu… —la voz de Rukia se extinguió al caer en la cuenta de que Ichigo estaba presente. Avergonzada, se mordió el labio.

— No pasa nada, Rukia —la tranquilizó en voz baja.

Pero ella sabía que ese comentario lo había molestado. Era lógico.

— Sé lo que soy Rukia; la verdad no me ofende.

—Volviendo al asunto de la negligé negra —dijo Rangiku—, debo decir que allí hay una violeta que creo que le quedaría mucho mejor.

—¡Rangiku! —le gritó Rukia.

Su amiga la ignoró y condujo a Ichigo al estante donde estaba colgada la lencería de color lila oscuro. Rangiku cogió un picardías de ese color, brillante, abierto por la parte delantera y sujeto por un pequeño cordoncillo que se anudaba justo bajo el pecho. Los tirantes eran minúsculos. Unas braguitas y un liguero de encaje del mismo tono completaban el conjunto.

— ¿Qué estás pensando? —le preguntó Rukia mientras Rangiku sostenía la prenda frente a Ichigo. Él la miró de forma especulativa. Si continuaban con ese jueguecito, acabaría muerta de vergüenza. —¿Queréis dejar ya eso? No pienso ponérmelo.

—De todas formas voy a comprarlo —dijo su amiga con voz resuelta—. Estoy prácticamente segura de que Ichigo es capaz de convencerte para que te lo pongas.

Él la miró divertido.

— Preferiría convencerla para que se lo quitara.

Rukia se cubrió la cara con las manos y gimió.

—Acabará animándose —le contestó Rangiku con un gesto conspirador.

—No lo haré —le dijo Rukia, aún oculta tras las manos.

—Sí lo harás —dijo Ichigo dejando zanjado el tema, mientras Rangiku pagaba la negligé.

Usó un tono tan arrogante y confiado, que Rukia imaginó que no estaba acostumbrado a que le desafiaran.

— ¿Te has equivocado alguna vez? —le preguntó.

La diversión desapareció de su rostro, y de nuevo ocultó sus sentimientos tras una especie de velo. Esa mirada escondía algo, estaba segura. Algo muy doloroso, teniendo en cuenta la repentina tensión de su cuerpo.

No volvió a pronunciar una sola palabra hasta que Rangiku regresó y le dio la bolsa.

—Vaya —comentó—, se me ocurre que podíais poner unas velas, una música tranquila y…

—Rangiku —la interrumpió Rukia—, te agradezco mucho lo que intentas hacer, pero en lugar de hablar de mí, ¿podemos ocuparnos de Ichigo?

Rangiku lo miró de reojo.

—Claro, ¿le pasa algo?

—¿Sabes cómo sacarlo del libro? De forma permanente, quiero decir.

—Ni idea —contestó y se dirigió a Ichigo—. ¿Tú sabes algo al respecto?

—No he dejado de repetírselo: es imposible.

Rangiku asintió con la cabeza.

—Es muy testaruda. Nunca presta atención a lo que se le dice, a menos que sea lo que ella quiere oír.

—Testaruda o no —añadió Rukia dirigiéndose a Ichigo—, no puedo imaginar una sola razón por la cual querrías permanecer encerrado en un libro.

Ichigo apartó la mirada.

—Rukia, no lo agobies.

—Eso es lo que intento, librarlo del agobio de su confinamiento.

—De acuerdo —dijo Rangiku, cediendo finalmente—. Muy bien, Ichigo, ¿qué horrible pecado cometiste para acabar metido en un libro?

—Deshonra —respondió simplemente para no tener que indagar mucho en el tema.

— ¡Ooooh! —exclamó Rangiku con tono fúnebre—, eso no es nada bueno. A los samuráis no os gustaba mucho eso de la deshonra y estoy segura de que a los Shinigamis tampoco. Si mal no recuerdo, era común que os hicierais el Harakiri ¿verdad?

—No me dieron tiempo. Me castigaron antes de poder pensar siquiera en hacerme el seppuku.

—Tiene que haber alguna manera de liberarlo —dijo Rukia percibiendo que a Ichigo no le gustaba el tema—. ¿No podemos destruir el libro, o convocar a uno de tus espíritus, o hacer algo para ayudarlo?

—¡Vaya!, ¿ahora crees en mi magia vudú?

—No mucho, la verdad. Pero te las arreglaste para traerle hasta aquí. ¿Es que no puedes pensar en algo que sirva de ayuda?

Rangiku se mordisqueó el pulgar en un gesto pensativo.

— Ichigo, ¿y si se invoca a otro Shinigami?

Él inspiró hondo, como si estuviese realmente cansado de sus preguntas.

— No se pueden invocar a no ser que estés en peligro por un Hollow y menos si lo invoca un simple humano.

—¿Un Hollo.. qué? —cuestionó Rukia.

—Como se nota que no atendiste mucho en clases —le espetó Rangiku—. Decían que eran monstruos que devoraban las almas de los muertos.

Ichigo frunció el ceño.

—Decían no. Esos monstruos existen de verdad. Nosotros los shinigamis acabamos con ellos para protegeros a vosotros.

—¿Pero podrías intentar invocarlo entonces?

—No servirá de nada. Ya lo he intentado muchas veces.

Temari puso los ojos en blanco ante el desánimo de Ichigo.

—Inténtalo otra vez —le sugirió Rangiku—. Lo mejor sería que otro Shinigami pudiera ayudarte.

Rukia lo miró.

— ¿Lo intentarás?

Ichigo suspiró resignado, pero daba la impresión de que estaba más que dispuesto a zarandearlas a las dos. Con aspecto ofendido, echó la cabeza hacia atrás y mirando al techo dijo:

—Renji, bastardo inútil, invoco tu presencia.

Rukia alzó las manos.

—¡Joder!, no entiendo cómo no se aparece después de llamarlo de ese modo.

Rangiku se rió.

—Muy bien —dijo Rukia—. De todas formas no me creo nada de este abracadabra. Vamos a dejar las bolsas en mi coche y a buscar un sitio donde comer; allí podremos pensar algo más productivo que invocar al tal «Renji, bastardo inútil». ¿Estáis de acuerdo?

—Por mí bien —contestó Rangiku.

Rukia le dio la bolsa con la ropa de su marido.

— Aquí están las cosas de Gin.

Rangiku miró en el interior y frunció el ceño.

—¿Dónde está la camiseta de tirantes?

—Luego te la doy.

Rangiku se rió de nuevo. Ichigo caminaba tras ellas, escuchando sus bromas mientras salían de la tienda. Afortunadamente, Rukia había encontrado aparcamiento justo en el estacionamiento del centro comercial que había cerca.

Ichigo las observó dejar las bolsas en el coche. Si lo pensaba un poco, tenía que admitir que le gustaba el hecho de que Rukia estuviese tan interesada en ayudarlo.

Estaba cansado de la soledad, de no contar con nadie en este mundo y, lo más importante, de no tener a nadie que se preocupara por él después de tantos años.

Era una pena que no hubiese conocido a Rukia antes. Incluso antes de la maldición. Con ese pequeño cuerpo hubiese sido muy ágil con la espada y podían haber hecho un buen equipo. Una mujer con un corazón puro en un mundo plagado de egoísmo.

Incómodo ante el rumbo que estaban tomando sus pensamientos, echó un vistazo a la multitud. Nadie parecía molesto con el opresivo calor reinante en aquella extraña ciudad.

Captó la discusión que una pareja mantenía justo enfrente de donde ellos se encontraban; la mujer estaba enfadada porque su marido se había olvidado algo. Con ellos había un niña, de unos siete años, que caminaba entre ambos.

Ichigo les sonrió. No podía recordar la última vez que había visto a una familia inmersa en sus quehaceres. La imagen despertó una parte de él que apenas si recordaba tener.

Su corazón.

Se preguntó si esas personas sabrían el regalo que suponía tenerse los unos a los otros.

Mientras la pareja continuaba con la discusión, la niña se detuvo. Algo al otro lado de la calle había captado su atención. Ichigo contuvo el aliento al darse cuenta de lo que la niña estaba a punto de hacer.

Rukia cerró en ese momento el maletero del coche.

Por el rabillo del ojo, vio una mancha naranja que cruzaba la calle a toda carrera. Le llevó un segundo darse cuenta de que se trataba de Ichigo, atravesando como una exhalación el aparcamiento. Frunció el ceño, extrañada, y entonces vio a la pequeñina que se internaba en la calle atestada de coches.

—¡Oh, Dios mío! —jadeó cuando escuchó que los vehículos comenzaban a frenar en seco.

—¡Yachiru! —gritó una mujer.

Con un movimiento propio de una película, Ichigo saltó el muro que separaba el aparcamiento de la calle, cogió a la niña al vuelo y protegiéndola sobre su pecho, se abalanzó sobre la luna del coche que acababa de frenar, dio un salto lateral y acabó en el otro lado.

Aterrizaron a salvo en el otro carril, un segundo antes de que otro coche colisionara con el primero y se abalanzara directamente sobre ellos.

Horrorizada, Rukia observó cómo Ichigo se subía de un salto a la capota de un viejo Chevy, se deslizaba por el parabrisas y se dejaba caer al suelo, rodando unos cuantos metros hasta detenerse por fin y quedarse inmóvil, tendido de costado.

El caos invadió la calle, que se llenó de gritos y chillidos, mientras la multitud rodeaba el escenario del accidente. Rukia no podía dejar de temblar.

Aterrorizada, cruzó la muchedumbre, intentando llegar al lugar donde había caído Ichigo.

— Por favor, que estén bien; por favor, que estén bien —murmuraba una y otra vez, suplicando que hubiesen sobrevivido al golpe.

Cuando logró atravesar la marea humana y llegó al lugar donde había caído, vio que Ichigo no había soltado a la niña. Aún la tenía firmemente sujeta, a salvo entre sus brazos. Incapaz de creer lo que veía, se detuvo con el corazón desbocado. ¿Estaban vivos?

— No he visto nada igual en mi vida —comentó un hombre tras ella.

Todos los congregados eran de la misma opinión. Cuando vio que Ichigo comenzaba a moverse, se acercó muy despacio y muy asustada.

— ¿Estás bien? —escuchó que le preguntaba a la niña. La pequeña contestó con un lastimero aullido.

Ignorando el ensordecedor grito, Ichigo se puso en pie, lentamente, con la niña en brazos. ¿Cómo se las había arreglado para mantener cogido a la pequeña?

Se tambaleó un poco y volvió a recuperar el equilibrio sin soltarla. Rukia le ayudó a mantenerse en pie sujetándole por la espalda.

— No deberías haberte levantado —le dijo cuando vio la sangre que le empapaba el brazo izquierdo.

Él no pareció prestarle atención. Tenía una extraña y lúgubre mirada.

— ¡Shh! Ya te tengo —murmuró—. Ahora estás a salvo.

Esta actitud la dejó asombrada. Aparentemente, no era la primera vez que consolaba a una niña. Ichigo dejó a la llorosa criatura en brazos de su madre, que sollozaba aún más fuerte que la pequeña.

—Yachiru —gimoteó la mujer mientras la abrazaba—. ¿Cuántas veces tengo que decirte que no te alejes de mi lado?

—¿Está bien? —preguntaron al unísono el padre de la niña y el conductor, dirigiéndose a Ichigo.

Haciendo una mueca, se pasó la mano por el brazo izquierdo para comprobar los daños sufridos.

—Sí, no es nada —contestó, pero Rukia percibió la rigidez de su pierna izquierda, donde le había golpeado el coche.

—Necesitas que te vea un médico —le dijo, mientras Rangiku se acercaba.

—Estoy bien, de verdad —le contestó con una débil sonrisa, y entonces bajó la voz para que sólo ella pudiese escucharle—; he acabado peor en muchas batallas.

A Rukia le horrorizó esa frase. Mientras el hombre le daba las gracias muchas veces por haber salvado a su hija, Rukia echó un vistazo a su brazo; la sangre manaba justo por encima del codo, pero se evaporaba al instante, como si se tratara de un efecto especial propio de una película.

De pronto, Ichigo apoyó todo su peso sobre la pierna herida, y la tensión que se reflejaba en su rostro desapareció. Rukia intercambió una atónita mirada con Rangiku, que también se había percatado de lo que acababa de suceder. ¿Qué demonios había hecho Ichigo?

—No puedo agradecérselo lo suficiente —insistía el hombre—, creía que los dos habían muerto.

—Me alegro de haberla visto a tiempo —susurró Ichigo. Extendió la mano hacia la niña.

Estaba a punto de acariciar los rosados cabellos de la pequeña cuando se detuvo. Rukia observó las emociones que cruzaban por su rostro antes de que él recuperara su actitud estoica y retirara la mano.

Sin decir una palabra, volvió al aparcamiento.

—¿Ichigo? —le llamó, apresurándose para darle alcance—. ¿De verdad estás bien?

—No te preocupes por mí, Rukia. Mis huesos no se rompen, y rara vez sangro —en esta ocasión, la amargura de su voz era indiscutible—. Es un regalo de la maldición. Prohibieron mi muerte para que no pudiera escapar a mi castigo.

Rukia se encogió al ver la angustia que reflejaban sus ojos. Pero no sólo estaba interesada en el hecho de que hubiese sobrevivido al accidente, también quería preguntarle sobre la niña, sobre su modo de mirarla como si hubiese estado reviviendo el pasado. Pero las palabras se le atragantaron.

—Tío, te mereces una recompensa —le dijo Rangiku al alcanzarles—. ¡Vamos a la Praline Factory!

—Rangiku, no creo que…

—¿Qué es Praline? —preguntó él.

—Es ambrosía Cajun —explicó Rangiku—. Algo que debería estar a tu altura.

En contra de las protestas de Rukia, Rangiku les condujo hacia la escalera mecánica. Subió al primer escalón y se dio la vuelta para mirar a Ichigo, que subía en medio de las dos.

—¿Cómo hiciste para saltar sobre el coche? ¡Fue increíble!

Ichigo encogió los hombros.

—¡Vamos, hombre no seas modesto! —exclamó Rangiku—. Te parecías a Keanu Reeves en Matrix. Rukia, ¿te fijaste en el movimiento que hizo?

—Sí, lo vi —dijo en voz queda, percibiendo lo incómodo que se sentía Ichigo ante los halagos de Rangiku.

También percibió la forma en que las mujeres a su alrededor lo miraban boquiabiertas. Ichigo era un saco de feromonas andantes.  Y ahora un héroe.

Pero, sobre todo, era un misterio; al menos para ella. Se moría por conocer unas cuantas cosas sobre él. Y, de una u otra forma, conseguiría averiguarlas durante el mes que tenían por delante.

Cuando llegaron a la Praline Factory, en el último piso, Rukia compró dos Pralines de azúcar y nueces y una Coca Cola. Sin pensarlo dos veces, le ofreció un praline a Ichigo. Pero en lugar de cogerlo, él se inclinó y le dio un bocado mientras ella lo sostenía.

Paladeó el sabor azucarado de una forma que hizo que a Rukia le subiera la temperatura; sus ojos ámbar no dejaron de mirarla mientras degustaba el dulce, como si deseara que fuese su cuerpo lo que saboreaba en aquel momento.

—Tenías razón —dijo con esa voz ronca que hacía que se le pusiese la piel de gallina—. Está delicioso.

Antes de que Rukia pudiera decir algo, Ichigo le colocó las manos en la cintura y la alzó hasta apoyarla sobre su pecho.

Se inclinó y atrapó su labio inferior con los dientes para, acto seguido, acariciarlo con la lengua. A Rukia comenzó a darle vueltas todo tras el tierno abrazo. Ichigo profundizó el beso un momento antes de soltarla y alejarse de ella.

— Tenías azúcar —le explicó con una traviesa sonrisa.

Rukia parpadeó, sorprendida ante lo rápido que su beso había despertado su pasión, y lo refrescante que parecía al mismo tiempo.

—Podías habérmelo dicho.

—Cierto, pero de este modo fue mucho más divertido.

Rukia no pudo rebatir su argumento. Con pasos rápidos, se alejó de él e intentó ignorar la sonrisa maliciosa de Rangiku.

—¿Por qué me tienes tanto miedo? —le preguntó Ichigo inesperadamente, mientras se ponía a su lado.

—No te tengo miedo.

—¿Ah, no? ¿Y entonces qué es lo que te asusta? Cada vez que me acerco a ti, te encoges de miedo.

—No me encojo —insistió Rukia. Joder, ¿es que había eco?

Ichigo alargó el brazo y se lo pasó por la cintura. Ella se apartó con rapidez.

— Te has encogido —le dijo acusadoramente, mientras regresaban a la escalera mecánica.

Rukia bajaba un escalón por delante de Ichigo, y él le pasó los brazos por los hombros. Su presencia la rodeaba por completo, la envolvía y hacía que se sintiera extrañamente mareada y protegida.

Miró fijamente la fuerza que desprendían esas manos bronceadas y grandes bajo las suyas. La forma de las venas se marcaban. Al igual que el resto de su cuerpo, sus manos y sus brazos eran magníficos.

—¿Nunca has tenido un orgasmo? —le susurró él al oído. Rukia se atragantó con el Praline.

—Éste no es lugar para hablar de eso.

—He acertado, ¿verdad? —le preguntó—. Por eso…

—No es eso —le interrumpió ella—; de hecho sí que he tenido algunos.

Vale, era una mentira. Pero él no tenía por qué averiguarlo.

—¿Con un hombre?

—¡Ichigo! —exclamó—. ¿Qué os pasa a Rangiku y a ti con ese afán de discutir sobre mi vida privada en público?

Él inclinó aún más la cabeza, acercándola tanto a su cuello que Rukia podía sentir el roce de su aliento sobre la piel, y oler su cálido aroma.

— ¿Sabes, Rukia? Puedo proporcionarte placeres tan intensos que no serías capaz de imaginarlos.

Un escalofrío le recorrió la espalda. Le creía. Sería tan fácil dejar que le demostrara sus palabras…

Pero no podía. Estaría mal y, sin tener en cuenta lo que él dijese, acabaría remordiéndole la conciencia. Y en el fondo, sospechaba que a él también. Se echó hacia atrás, lo justo para mirarlo a los ojos.

—¿Se te ha ocurrido pensar que quizás no me interese tu propuesta?

Sus palabras le dejaron perplejo.

—¿Y eso cómo es posible?

—Ya te lo he dicho. La próxima vez que comparta mi intimidad con un hombre, quiero que estén involucradas muchas más partes además de las obvias. Quiero tener su corazón.

Ichigo miró sus labios con ojos hambrientos.

—Te aseguro que no lo echarías de menos.

—Sí que lo haría.

Estremeciéndose como si lo hubiese abofeteado, Ichigo se irguió.

Rukia sabía que acababa de tocar otro tema espinoso. Como quería descubrir más cosas sobre él, se dio la vuelta y lo miró a los ojos.

— ¿Por qué es tan importante para ti que yo acceda? ¿Te ocurrirá algo si no cumplo con mi parte?

Él rió amargamente.

—Como si las cosas pudiesen empeorar más.

—Entonces, ¿por qué no te dedicas a disfrutar el tiempo que pases conmigo sin pensar en… —y bajó la voz— el sexo?

Los ojos de Ichigo llamearon.

— ¿Disfrutar con qué? ¿Conociendo a personas cuyos rostros me perseguirán durante toda la eternidad? ¿Crees que me divierte mirar a mi alrededor sabiendo que en unos días me arrojarán de nuevo al agujero vacío y oscuro donde puedo oír, pero no puedo ver, saborear, sentir ni oler, dónde mi estómago se retuerce constantemente de hambre y la garganta me arde por la sed que no puedo satisfacer? Tú eres lo único que me está permitido disfrutar. ¿Y me negarías ese placer?

Los ojos de Rukia se llenaron de lágrimas. No quería hacerle daño. No era su intención.

Pero Kaien había utilizado un truco similar para ganarse su simpatía y llevársela a la cama; y eso le había destrozado el corazón. Kaien le había asegurado que la cuidaría. Había estado junto a ella en los momentos difíciles, apoyándola y consolándola. Y, cuando finalmente confío en él por completo y le entregó su cuerpo, él le hizo tanto daño y, de forma tan cruel, que aún sentía el alma desgarrada.

—Lo siento mucho, Ichigo. De verdad. Pero no puedo hacerlo —bajó de la escalera mecánica y se encaminó de vuelta a la calle peatonal.

—¿Por qué? —le preguntó, mientras Rangiku y él le daban alcance.

¿Cómo podía explicárselo? Kaien le hizo mucho daño aquella noche. No había tenido compasión alguna por sus sentimientos. Ella le pidió que se detuviera pero no lo hizo.

«Mira, se supone que la primera vez duele —le dijo Kaien— ¡Joder!, deja de llorar; acabaré en un minuto y podrás marcharte.»

Para cuando Kaien acabó, se sentía tan humillada y herida que se pasó días enteros llorando.

—¿Rukia? —la voz de Ichigo se introdujo entre el torbellino de sus pensamientos— ¿Qué te sucede?

Le costó mucho trabajo contener las lágrimas. Pero no lloraría; no en público. No así. No permitiría que nadie sintiera lástima por ella.

— No es nada —le contestó.

En busca de una bocanada de aire fresco, aunque fuese más ardiente y espeso que el vapor, se dirigió a la puerta lateral del centro comercial que llevaba al paseo principal. Ichigo y Rangiku la siguieron.

—Rukia, ¿qué es lo que te hace llorar? —le preguntó Ichigo.

—Kaien —susurró Rangiku.

Rukia la miró furiosa, mientras se esforzaba por recuperar la calma. Con un suspiro entrecortado, miró a Ichigo.

— Me encantaría echarte los brazos al cuello y meterme en la cama contigo, pero no puedo. ¡No quiero que me utilicen de ese modo, y no quiero utilizarte! ¿Es que no lo entiendes?

Ichigo apartó la mirada con la mandíbula tensa. Rukia miró hacia el lugar donde había fijado su atención y vio un grupo de cuatro rudos moteros que se acercaban hasta ellos.

La vestimenta de cuero debía ser agobiante con aquella temperatura, pero ninguno de ellos parecía notarlo, puesto que no paraban de tomarse el pelo y reírse.

En ese momento, Rukia se fijó en el hombre más alto de ellos. Pelirrojo con una coleta, gafas de sol y unos llamativos tatuajes en su frente que llegaba hasta sus cejas. Se percató de que tenía el deambular altivo tan típico de Ichigo.

Ese mismo hombre aminoró el paso, quedando rezagado, mientras se deslizaba las gafas por el puente de la nariz para mirar fijamente a Ichigo.

Rukia se encogió mentalmente. No sabía porqué se había fijado en él pero lo último que ella deseaba era una pelea ahí mismo. Agarró a Ichigo de la mano y tiró de él en dirección contraria. Pero se negó a moverse.

— ¡Venga, Ichigo! —le dijo nerviosa—. Tenemos que volver al centro comercial.

Aún así no se movió. Miraba fijamente al pelirrojo, de forma tan furiosa que parecía querer asesinarlo. Y entonces, en un abrir y cerrar de ojos, se soltó de la mano de Rukia y se acercó a él a zancadas, hasta que lo cogió por la camisa.

Muda de asombro, Rukia observó cómo Ichigo le daba al tipo un puñetazo en la mandíbula.

CONTINUARÁ…
.
¡¡¡¡Aparece Renji en escena!!!! ¿Podrá ayudar a nuestro Ichigo? 
Espero que se esté entendiendo bien las partes que estoy adaptando al mundo Bleach porqué es complicado xDD
Bueno, sabremos más de esta magnífica historia de su autora en el siguiente capítulo ^^
Nos leemos Ichirukistas <3
¡Besos!

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4 comentarios:

  1. OMG!!! Renji!!!! Más le vale ayudar a Ichigo o lo mato! ¬¬ jajajaja enserio ¬3¬ añlsdjaslkds Rukia!! TT3TT maldito Kaien!!! Debería ser castigado!! >:X Que desgraciado de veras! Pobre Rukia Q3Q espero que habrá su corazón a Ichigo <3 e Ichigo a ella <3 y luego que se la lleve a la cama(? jajajajajaja me gusto mucho el capítulo....Diooooos me imagine a Ichigo con los vaqueros.... OH POR DIOS!!! CASÍ ME DA UN DERRAME NASAL JAJAJAJAJA <3 es un maldito Dios-Griego-Shinigami XDD ya quiero saber que va a pasar ahora!! >3< esperare con ansias el próximo capítulo :B
    Nos leemos pronto :B
    Saluditos~ :3

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    1. Kaien en esta adaptación es un auténtico hijo de #@/%!!! Cerdo asqueroso!!
      Yo también espero que Ichigo le haga ver que no todos los hombres son iguales ^^
      Yaaaa buenísimooo que está el tío jajajaja con ese culito xDDD
      Nos leemos! Besos <3

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  2. ¡Soy una deshonra! Apenas he podido estar al pendiente y los capítulos de Stripease me llevan la delantera. He de confesar algo... la curiosidad me ganó y terminé por leer el libro de la autora y pues, técnicamente me arruiné la trama de este lado. Aunque lo seguiré leyendo porque como cambias cosas, conceptos y algunos diálogos, quiero saber que cambia ,w,
    Soy una deshonra, lo sé.

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    1. No pasa nada Leslie, te entiendo jjajaja ¿Cómo estás? ¿Todo bien? Te escribí por privado en Twitter porqué hacía mucho que no hablábamos :) Espero que estés bien y todo vaya genial :D

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¡No olvidéis comentarme! :D