Adaptación IchiRuki: Leyenda Shinigami capítulo 3

LEYENDA SHINIGAMI
(Adaptación)

CAPÍTULO 3

Rukia gritó cuando vio al hombre desnudo en su salón y salió corriendo hacia la puerta con tan mala suerte que tropezó con los cojines que habían puesto Rangiku y ella en el suelo y cayó de bruces de una forma poco elegante y dolorosa.

¡Joder! —gritó mentalmente mientras temblaba de pánico—. Tengo que buscar algo con lo que protegerme.

Se abría paso entre los cojines desesperada, buscando un arma. Al sentir algo duro bajo su mano sus ojos se iluminaron y lo cogió, resultándose ser una zapatilla con forma de conejo. La miró con los ojos entrecerrados como si fuera su enemiga. Por el rabillo vio la botella de vino y de inmediato rodó hacia ella y la agarró, girándose para enfrentar al intruso.

Más rápido de lo que ella hubiese podido esperar, el hombre la sujetó de la muñeca con sus largos y cálidos dedos, y la inmovilizó con delicadeza.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó.

¡Madre mía!, pensó Rukia. Su voz era profundamente masculina con un marcado acento, tan melodiosa, tan erótica, tan estimulante... que embotó todos sus sentidos.

La morena miró hacia arriba y sus ojos se prendaron en un sitio, haciendo que sus mejillas se sonrojaran y ardieran. ¿Cómo no iba a pasar eso si lo tenía al alcance de su mano? Y además, con semejante tamaño.

El hombre se arrodilló a su lado, le apartó el mechón de en medio de los ojos con mucha ternura y pasó las manos por su cabeza buscando una posible herida.

Rukia se recreó con la visión de su torso con aquella increible piel. Sintió la urgencia de jadear por la sensación que le estaba provocando esos dedos en su pelo. Le ardía todo el cuerpo.

—¿Te has dado un golpe en la cabeza? —volvió a preguntar él.

La joven miró con atención la piel dorada por el sol, que parecía que le estaba pidiendo a gritos que la tocara. Fascinada, deseó verle el rostro para combrobar si era tan íncreible como el resto de su cuerpo.

Al alzar la mirada violeta, más allá de los esculturales músculos de sus hombros, se quedó con la boca abierta y la botella se deslizó por sus dedos cayendo al suelo.

¡Era....era....era él! ¡No! ¡No podía ser! ¡Éstas cosas no pasaban en la vida real y menos a ella!

—¿Ichigo?

Ese hombre tenía la constitución de un gimnasta. Músculos duros y definidos que se contraían de forma ruda y totalmente masculina. Hasta aquello había comenzado a abultarse.

El pelo le caía en una melena lisa de color naranja, brillante, enmarcándole el rostro sin ningún rastro de barba, sin rasgos femeninos ni delicados, con el ceño fruncido. Sus sensuales labios se curvaban en una sonrisa ladeada y sus ojos... ¡díos mío! Tenían un color ámbar y miel de un perfecto atardecer. Resultaban abrasadores de tan intensos que eran. Rukia tenía la sensación de que aquellos ojos podían realmente resultar letales y devastadores. Se sentía devastada y cautivada por un hombre demasiado perfecto para ser real.

Vacilante, extendió la mano para colocarla sobre su brazo sorprendiéndose de que no se evaporase. Era real, duro y cálido. No podía hacer otra cosa que mirarlo.

Ichigo alzó una ceja, intrigado. Nunca antes una mujer había salido huyendo de él después de invocarlo. Todas habían esperado ansiosas a que él tomara forma y se habían lanzado directamente a sus brazos, exigiéndole que las complaciera. Pero ésta era distinta.

En sus labios mantenía una sonrisa mientras deslizaba los ojos por el cuerpo de aquella mujer. Un cabello oscuro y corto dejando su cuello al aire, unos ojos entre violetas y azulados, una pálida y suave piel y una insinuante voz. Le pareció hermosa pero eso era algo que no importaba demasiado. Sin tener en cuenta cuál fuese su apariencia, él estaba allí para servirla sexualmente. Para perderse al saborear aquel cuerpo, y tenía toda la intención de hacer precisamente eso.

—Vamos —le dijo sujetándola por los hombros—. Déjame ayudarte.

—Estás desnudo —murmuró Rukia mirándole de arriba abajo, totalmente perpleja, mientras se ponían en pie—. Estás muy desnudo.

Él le volvió a colocar el mechón oscuro, que había vuelto a estar enmedio de sus ojos, detrás de la oreja.

— Lo sé.

—¡Estás desnudo!

—Sí, creo que ya lo hemos dejado claro.

—Estás tan contento, y desnudo.

Confundido, Ichigo arrugó la frente.

—¿Qué?

Ella miró su erección.

—Estás contento —le dijo con una intencionada mirada—. Y estás desnudo.

Así le llamaban entonces en este siglo. Debería recordarlo.

—¿Y eso te incomoda? —le preguntó, asombrado por el hecho de que a una mujer le preocupara su desnudez, cosa que jamás había sucedido anteriormente.

—¡Pues sí!

—Bueno, conozco un remedio —dijo Ichigo, bajando el timbre de su voz mientras miraba el jersey de Rukia y los endurecidos pezones que se marcaban a través de la tela.

Se acercó para poder tocarla ya que no podía esperar más para verlos y para saborearlos.

Rukia se alejó con el corazón desbocado. Esto no era real. No podía serlo. Estaba borracha y tenía alucinaciones. O quizás se había golpeado la cabeza con la mesita del sofá y estaba desangrándose, muriéndose poco a poco. ¡Sí, eso era! Eso tenía sentido.

Por lo menos, tenía más sentido que aquel palpitante estremecimiento que hacía que su cuerpo ardiera. Un estremecimiento que le pedía que se lanzara al cuello de aquel tipo. Y tenía que decir que tenía un bonito cuello.

El Shinigami se acercó a ella y le encerró el rostro entre sus fuertes manos. La morena no se movió, dejando que le alzara la cabeza hasta que pudo mirar de frente aquellos penetrantes ojos, que con toda seguridad podrían leerle el alma. La hipnotizaban como los de un mortífero depredador sosegando a su presa.

Y entonces, unos ardientes y exigentes labios cubrieron los suyos. Rukia gimió en respuesta. Había escuchado hablar toda su vida de besos que hacían flaquear las rodillas de las mujeres, pero ésta era la primera vez que le sucedía a ella.

¡Oh! Aquel hombre olía estupendamente, daba gusto tocarle y, además, sabía muchísimo mejor.

Por propia iniciativa, sus brazos envolvieron aquellos amplios y fuertes hombros. El calor del pecho del hombre se introdujo en su cuerpo, incitándola con la erótica y sensual promesa de lo que vendría a continuación. Y mientras tanto, él se dedicaba a embelesarla con sus labios con maestría. Cada centímetro de su magnífico cuerpo estaba íntimamente pegado al suyo, acariciándola con la intención de despertar todos sus instintos femeninos. Su presencia la estimulaba como ningún otro hombre lo había hecho jamás. Deslizó la mano por los músculos de su espalda y suspiró cuando sintió que se movían bajo su mano.

Rukia decidió en aquel preciso instante que si era un sueño, definitivamente no quería que sonara el despertador. Ni el teléfono Ni…

Las manos de Ichigo acariciaron su espalda antes de agarrarla por las nalgas y acercar más sus caderas, mientras su lengua seguía danzando en su boca. El aroma a incienso inundaba sus sentidos.

El pelinaranja sintió que su cabeza daba vueltas con el cálido roce de la morena, con la sensación de sus brazos envolviéndolo mientras sus propias manos recorrían su suave y delicada piel.

Cómo le gustaban los sonidos inarticulados con los que ella provocativamente le respondía. Estaba deseando oírla gritar de placer. Ver cómo su cabeza caía hacia atrás mientras su cuerpo se convulsionaba espasmo tras espasmo envolviendo su miembro. Hacía muchísimo tiempo que no sentía las caricias de una mujer. Mucho tiempo desde que no gozaba del más mínimo contacto humano.

Sentía un deseo candente que le recorría todo el cuerpo; si ésta fuese su primera vez, devoraría a esa mujer como a un trozo de chocolate. La tumbaría y gozaría de ella como un hambriento invitado a un banquete. Pero tenía que esperar a que se acostumbrara un poco a él. Muchos siglos atrás, había aprendido que las mujeres siempre se desvanecían tras su primera unión y no quería que ésta se desmayara. Al menos no después de la primera.

No obstante, no podía esperar un minuto más para poseerla. La tomó en brazos y se encaminó hacia la escalera.

En un principio, Rukia no reaccionó, perdida como estaba en la sensación de aquellos fuertes brazos que la rodeaban con pasión; su mente estaba totalmente centrada en el hecho de que un hombre la hubiera levantado del suelo y no hubiese gruñido por el esfuerzo. Pero al pasar junto a la enorme piña que decoraba el pasamanos de la escalera, salió de su ensimismamiento con un sobresalto.

— ¡Eh, tío! —le soltó agarrándose a la piña de caoba tallada como si se tratara de un salvavidas—. ¿Dónde crees que me llevas?

Él se detuvo y la miró con curiosidad. En ese momento, Rukia fue consciente de que un hombre tan alto y poderoso como aquél, podría hacer lo que le apeteciese con ella y sería inútil intentar detenerlo.

Un estremecimiento de terror la sacudió. Sin embargo, por muy peligrosa que la situación fuese, una parte de ella no estaba asustada. Algo en su interior le decía que ese hombre jamás le haría daño intencionadamente.

—Te llevo a tu dormitorio, donde podemos acabar lo que hemos empezado —dijo llanamente, como si estuviesen hablando del tiempo.

—Me parece que no.

Él encogió aquellos hombros, maravillosamente amplios.

—¿Prefieres las escaleras entonces?, ¿o quizás el sofá? —se detuvo y echó un vistazo alrededor de su casa, como si estuviese considerando las opciones—. No es mala idea, en realidad. Hace mucho que no poseo a una mujer en un…

—¡No, no, no! El único sitio donde vas a poseerme es en tus sueños. Y ahora déjame en el suelo antes de que me enfade de verdad.

Para su asombro, él obedeció. Comenzó a sentirse un poco mejor una vez que sus pies tocaron tierra firme y subió tres escalones. Ahora estaban frente a frente, y casi a la misma altura; bueno, si es que alguien podía estar alguna vez a la altura de un hombre con semejante autoridad e innato poder. De pronto, el impacto de su presencia la golpeó con intensidad. ¡Cielos!, Rangiku y ella habían conseguido convocarlo y traerlo a este mundo.

Con el rostro impasible y sin la más ligera muestra de que la situación lo divirtiera, la miró directamente a los ojos.

—No entiendo por qué estoy aquí. Si no quieres sentirme dentro de ti, ¿por qué me has convocado?

Estuvo a punto de gemir al escuchar sus palabras. Y más aún cuando la visión de su cuerpo dorado, esbelto y poderoso introduciéndose en ella le pasó por la mente. ¿Qué se sentiría cuando un hombre tan increíblemente delicioso te hacía el amor durante toda la noche? Estaba claro que Ichigo sería delicioso en la cama. No cabía duda. Con la destreza y agilidad que caracterizaban sus movimientos, no hacía falta decir lo fenomenalmente bien que…

Rukia se puso tensa ante el rumbo de sus pensamientos. ¿Qué pasaba con este hombre? Jamás en su vida había sentido un deseo sexual como el que sentía en esos momentos. Literalmente hablando, lo tumbaría en el suelo y se lo comería entero.

No tenía sentido.

Se había acostumbrado, con el paso de los años, a que le describieran innumerables encuentros sexuales de la forma más gráfica; algunos de sus pacientes incluso intentaban conmocionarla o excitarla. Ni una sola vez habían conseguido su propósito.

Pero cuando se trataba de este hombre, lo único que tenía en mente era cogerlo, echarlo en el suelo y subírsele encima. Ese pensamiento, tan impropio de ella, le devolvió la sensatez. Abrió la boca para responder su pregunta, y no dijo nada. ¿Qué iba a hacer con este hombre? Aparte de aquello.

Movió la cabeza con incredulidad.

— ¿Qué se supone que voy a hacer contigo?

Los ojos de él se oscurecieron por la lujuria e intentó tocarla de nuevo. ¡Oh, sí!, le pedía su cuerpo, por favor, tócame por todos sitios.

— ¡Para! —espetó, dirigiéndose tanto a Ichigo como a sí misma; se negaba a perder el control. La cordura gobernaría la situación, no las hormonas. Ya había cometido ese error una vez, y no estaba dispuesta a repetirlo.

Subió de un salto un escalón más y lo miró directamente a los ojos. ¡Madre mía!, era fantástico. El cabello naranja le caía liso hasta la mitad de la espalda, donde estaba sujeto por una tira de cuero marrón. Excepto tres finas trenzas acabadas en pequeñas cuentas de cristal, que oscilaban con cada uno de sus movimientos.

Las cejas finas, del mismo color, se arqueaban sobre unos ojos fascinantes a la par que terroríficos. Y esos ojos la estaban mirando con más pasión de la que debieran.
En ese momento desearía poder matar a Rangiku, sin ninguna duda. Pero no tanto como le gustaría meterse en la cama con este hombre y clavar los dientes en esa piel dorada.

¡Déjalo ya!

— No entiendo lo que sucede —dijo al fin—. Necesito sentarme un minuto y tú… —deslizó los ojos sobre el magnífico cuerpo—. Tú necesitas taparte.

Ichigo puso una expresión crispada. Era la primera vez en toda su existencia que alguien le decía eso.

De hecho, todas las mujeres a las que había conocido antes de la maldición, no habían hecho otra cosa que intentar arrancarle la ropa. Lo más rápido posible. Y después de la maldición, sus invocadoras habían dedicado días enteros a contemplar su desnudez mientras pasaban las manos por su cuerpo, saboreando su presencia.

— Quédate aquí un momento —le dijo Rukia antes de subir a toda prisa las escaleras.

El ojimiel observó el vaivén de sus caderas mientras subía los peldaños y su miembro se endureció al instante. Echó un vistazo a su alrededor con los dientes apretados, en un intento por ignorar el ardor que sentía en la entrepierna. La clave estaba en la distracción; al menos hasta que ella claudicara. Lo cual no tardaría en ocurrir. Ninguna mujer podía negarse por mucho tiempo el placer de tenerlo.

Con una amarga sonrisa ante aquella idea, contempló la casa. ¿En qué lugar y en qué época se encontraba?

No sabía cuánto tiempo había estado atrapado. Lo único que recordaba era el sonido de las voces a lo largo del tiempo, el sutil cambio de los acentos y de los dialectos según pasaban los años.

Mirando la luz que se encontraba sobre su cabeza, frunció el ceño. No había ninguna llama. ¿Qué era esa cosa? Los ojos se le llenaron de lágrimas, irritados, y desvió la vista. Eso debía ser una bombilla, pensó.

«Oye, necesito cambiar la bombilla. Hazme el favor de darle al interruptor que está junto a la puerta, ¿vale?»

Mientras recordaba las palabras del dueño de la librería, miró hacia la puerta y vio lo que supuestamente debía ser el interruptor. Ichigo se alejó de las escaleras y apretó el pequeño dispositivo. De inmediato, las luces se apagaron. Volvió a encenderlas. Sonrió sin proponérselo. ¿Qué otras maravillas le aguardaban en esta época?

— Aquí tienes.

Ichig miró a Rukia que estaba en la parte superior de la escalera y ésta le arrojó un largo rectángulo de tela verde oscuro. La sostuvo sobre el pecho mientras la incredulidad lo dejaba perplejo. ¿Había dicho en serio lo de cubrirle? Frunciendo más el ceño, se envolvió las caderas con la tela.

Rukia esperó hasta que se alejó de la puerta para mirarlo de nuevo. Gracias a Dios, por fin estaba tapado. No era de extrañar que los victorianos insistieran tanto en el asunto de las hojas de parra. Era una pena no tener unas cuantas en el patio. Lo único que crecía allí eran unos cuantos acebos, y dudaba mucho que él apreciara sus hojas.

Se encaminó hacia la sala y se sentó en el sofá.

— Ayúdame, Rangiku—suspiró—. Me las vas a pagar.

Y entonces, él se sentó a su lado, revolucionando todas las hormonas de su cuerpo con su presencia. Mientras se movía hasta la otra punta del sofá, Rukia le miró cautelosamente.

— Así que… ¿para cuánto tiempo has venido?

—Hasta la próxima luna llena —sus gélidos ojos dieron muestras de un pequeño deshielo. Y, mientras deslizaba su mirada por todo su cuerpo, el hielo se transformó en fuego en décimas de segundo. Se inclinó sobre ella para tocarle la cara. Rukia se incorporó de un salto y puso la mesita del café como barrera de separación.

—¿Me estás diciendo que tengo que aguantarte durante todo un mes?

—Sí.

Conmocionada, Rukia se pasó la mano por los ojos. No podía entretenerlo durante un mes. ¡Un mes entero, con todos sus días! Tenía obligaciones y responsabilidades.

— Mira —le dijo—. Lo creas o no, tengo una vida en la que no estás incluido.

Sabía, por la expresión de su rostro, que a él no le importaban sus palabras. En absoluto.

— Si crees que estoy encantado de estar aquí contigo, estás lamentablemente equivocada. Te aseguro que no elegí venir.

Sus palabras consiguieron herirla.

— Bueno, cierta parte de ti no siente lo mismo —le dijo mientras dedicaba una furiosa mirada a aquella parte de su cuerpo que aún estaba tiesa como una vara.

Él suspiró al echar un vistazo a su regazo y vislumbrar la protuberancia que sobresalía bajo la toalla.

—Desafortunadamente, tengo tanto control sobre esto como sobre el hecho de estar aquí.

—Bueno, la puerta está ahí —dijo señalándola—. Ten cuidado de que no te golpee el trasero al cerrarse.

—Créeme; si pudiese irme, lo haría.

Rukia titubeó ante sus palabras.

—¿Quieres decir que no puedo ordenarte que te marches?, ¿ni que regreses al libro?

—No.

Ella guardó silencio. Ichigo se puso de pie lentamente y la miró. Durante todos los siglos que llevaba condenado, ésta la primera vez que le sucedía una cosa así. El resto de sus invocadoras habían sabido lo que él significaba, y habían estado más que dispuestas a pasar todo un mes en sus brazos, utilizando felizmente su cuerpo para obtener placer.

Jamás en su vida, había encontrado a una mujer que no le deseara físicamente. Era entre extraño y humillante. Casi embarazoso. ¿Sería un indicio de que la maldición se debilitaba?, ¿de que quizás pudiera liberarse?

No. En el fondo sabía que no era cierto, aun cuando su mente se esforzaba en aferrarse a la idea. Cuando los dioses decretan un castigo, lo hacen con un estilo y con un ensañamiento que ni siquiera dos milenios pueden suavizar. Hubo una época, mucho tiempo atrás, en la que había luchado contra la condena. Una época en la que había creído que podría liberarse. Pero después de dos mil años de encierro y tortura despiadada, había aprendido algo: resignación.

Se merecía este infierno personal y, como el soldado que una vez había sido, aceptaba el castigo. Sentía un nudo en la garganta y tragó para intentar deshacerlo. Extendió los brazos a los lados y ofreció su cuerpo a aquella mujer.

—Haz conmigo lo que desees. Sólo tienes que decirme cómo puedo complacerte.

—Entonces deseo que te marches.

Dejó caer los brazos.

— En eso no puedo complacerte.

Frustrada, Rukia comenzó a caminar nerviosa de un lado a otro. Finalmente, sus hormonas habían regresado a la normalidad y, con la cabeza más despejada, se esforzó por encontrar una solución. Pero por mucho que la buscaba, no parecía haber ninguna.

Un dolor punzante se instaló en sus sienes. ¿Qué iba a hacer un mes —un mes entero— con él?

De nuevo, una visión de Ichig tumbado sobre ella, con el pelo cayéndole a ambos lados del rostro, formando un dosel alrededor de sus cuerpos mientras se introducía totalmente en ella, la asaltó.

— Necesito algo… —a Ichigo le falló la voz.

Ella se dio la vuelta para mirarle, con el cuerpo aún suplicándole que cediera a sus deseos. Sería tan fácil rendirse ante él… Pero no podía cometer ese error. Se negaba a usarlo de ese modo. Como si… No, no iba a pensar en eso. Se negaba a pensar en eso.

—¿Qué? —preguntó ella.

—Comida —contestó—. Si no vas a utilizarme de forma apropiada, ¿te importaría si como algo?

La expresión avergonzada y teñida de desagrado que adoptó su rostro le indicó a Rukia que no le gustaba tener que pedir. Entonces cayó en la cuenta de algo; si para ella esto resultaba extraño y difícil, ¿cómo demonios se sentiría él después de haber sido arrancado de donde quiera que estuviese, para ser arrojado a su vida como si fuese un guijarro lanzado con un tirachinas? Debía ser terrible.

— Por supuesto —le dijo mientras se ponía en movimiento para que él la siguiera—. La cocina está aquí —lo guió por el corto pasillo que llevaba a la parte trasera de la casa.

Abrió el frigorífico y se apartó para que él echara un vistazo.

— ¿Qué te apetece?

En lugar de meter la cabeza para buscar algo, se quedó a medio metro de distancia.

—¿Ha quedado algo de lo que habéis comido antes?

—¿Perdón?

Ichigo se encogió de hombros.

— Me dio la impresión de que te gustaba mucho.

A Rukia le ardieron las mejillas mientras recordaba el tonto jueguecito al que se dedicaron mientras comían. Rangiku había hecho otro comentario acerca de reemplazar el sexo con la comida, y ella había fingido un orgasmo al saborear su último trozo.

— ¿Nos escuchaste?

Con una expresión hermética, él contestó en voz baja.

— El esclavo sexual escucha todo lo que se dice en las proximidades del libro.

Si las mejillas le ardieran un poco más, acabarían explotando.

—No quedó nada —dijo rápidamente, desando meter la cabeza en el congelador para enfriársela—. Tengo un poco de pollo que me sobró de ayer, y también pasta.

—¿Y vino?

Ella asintió con la cabeza.

— Está bien.

El tono despótico que utilizó Rukia hizo estallar su furia. Era uno de esos tonillos usados por un típico Tarzán que en el fondo quería decir: Yo soy el macho, nena. Tráeme la comida. Y había conseguido que le hirviera la sangre.

— Mira, tío, no soy tu cocinera. Como te pases conmigo te daré de comer Alpo. (Nota: comida para perros)

Él arqueó una ceja.

—¿Alpo?

—Olvídalo —aún irritada, sacó el pollo y lo preparó para meterlo en el microondas.

Ichigo se sentó a la mesa con ese aura de arrogancia tan masculina que acababa con todas sus buenas intenciones. Deseando tener una lata de Alpo, Rukia sirvió un poco de pasta en un cuenco.

— De todos modos, ¿cuánto tiempo has estado encerrado en ese libro?

Él permaneció sentado, tan quieto como una estatua. Nada de mostrar sus emociones.

—La última vez que fui convocado fue en el año 1895.

—¿En serio? —Rukia se quedó con la boca abierta mientras metía el cuenco en el microondas— ¿En 1895? ¿Estás hablando en serio?

Él asintió con la cabeza.

— ¿En qué año te metieron en el libro?, la primera vez quiero decir.

La ira se adueñó de su rostro con tal intensidad que Rukia se asustó.

—Según tu calendario, en el año 947 d.C.

Rukia abrió los ojos de par en par.

—¿En el año 947 después de Cristo? Eres... un Shinigami de verdad. Un samurái.

Él asintió con un gesto brusco.

Los pensamientos de Rukia giraban como locos mientras cerraba el microondas y lo ponía en marcha. Era imposible. ¡Tenía que ser imposible!

—¿Cómo te metieron en el libro? A ver, en aquella época no teníais ¿no?

—Originalmente fui encerrado en un rollo de pergamino que más tarde fue encuadernado como medida de protección —dijo con un tono sombrío y el rostro impasible—. Y con respecto a qué fue lo que hice para que me castigaran: provocar la envidia de los otros dioses de la Muerte.

—¿Y por qué ibas a merecerte semejante castigo por eso?

—Los Shinigami podemos ser muy orgullosos.

Ichigo escuchó el extraño timbre, y observó cómo la mujer apretaba un resorte que abría la puerta de la caja blanca donde había introducido su comida.

Ella sacó el humeante cuenco de comida y lo colocó ante él, junto con un tenedor plateado, un cuchillo, una servilleta de papel y una copa de vino. El cálido aroma se le subió a la cabeza e hizo que el estómago rugiera de necesidad.

Se suponía que debía estar perplejo por el modo tan rápido en que ella había cocinado, pero después de haber oído hablar de artefactos con nombres extraños como tren, cámara, automóvil, cohete y ordenador, Ichigo dudaba que cualquier cosa pudiese tomarlo por sorpresa.

En realidad, no quedaba ningún sentimiento en él, aparte del deseo; hacía mucho que había desterrado todas sus emociones.

Su existencia no era más que una sucesión de fragmentos temporales a lo largo de los siglos. Su única razón de ser era la de obedecer los deseos sexuales de sus invocadoras. Y, si algo había aprendido, era a disfrutar de los escasos placeres que podía obtener en cada invocación.

Con ese pensamiento, cogió una pequeña porción de comida y saboreó la deliciosa sensación de los tibios y cremosos tallarines sobre su lengua. Era una pura delicia.

Dejó que el aroma de las especias y del pollo invadiera su cabeza. Había pasado una eternidad desde la última vez que probó la comida. Una eternidad sufriendo un hambre atroz. Cerró los ojos y tragó. Acostumbrado como estaba a la privación en lugar de a los alimentos, su estómago se cerró ante el primer bocado. Apretó con fuerza el cuchillo y el tenedor mientras luchaba por alejar el terrible dolor.

Pero no dejó de comer. No lo haría mientras hubiese comida en el cuenco. Había esperado demasiado tiempo para poder aplacar su hambre y no estaba dispuesto a detenerse ahora. Después de unos cuantos bocados más, los retortijones disminuyeron y le permitieron disfrutar plenamente de la comida.

Una vez su estómago se calmó, tuvo que echar mano de todas sus fuerzas para comer como un humano y no zamparse la comida a puñados, tal era el hambre que le devoraba las entrañas. En momentos como éste, le resultaba muy difícil recordar que aún era humano, y no una bestia desbocada y feroz que había sido liberada de su jaula. Hacía siglos que había perdido la mayor parte de su condición humana. Y estaba decidido a conservar lo poco que le quedaba.

Rukia se apoyó en la encimera y lo observó mientras comía. Lo hacía lentamente, de forma casi mecánica. No dejaba entrever si le gustaba la comida, pero aún así, continuaba comiendo.

Lo que realmente le sorprendió fueron los exquisitos modales europeos que demostraba. Ella nunca había sido capaz de comer de ese modo, y fue entonces cuando comenzó a preguntarse dónde habría aprendido a utilizar el cuchillo para mantener la pasta en el tenedor, y evitar que se cayera.

—¿Había tenedores en tu época? —le preguntó.

—¿Disculpa?

—Me preguntaba cuándo se inventó el tenedor. ¿Ya lo utilizaban en…?

—Creo que se inventó a mediados del sigo XV.

—¿En serio? —preguntó ella—. ¿Tú estabas allí?

Con una expresión ilegible, alzó los ojos y a su vez le preguntó:

— ¿A qué te refieres, al momento en que inventaron el tenedor o al siglo XV?

—Al siglo XV, por supuesto. —Y pensándolo mejor, añadió:— No estabas allí cuando se inventó el tenedor, ¿verdad?

—No. —Ichigo se aclaró la garganta y se limpió la boca con la servilleta—. Fui convocado en cuatro ocasiones durante ese siglo. Dos veces en Italia, una en Francia y otra en Inglaterra.

—¿De verdad? —Intentó imaginarse cómo debía ser el mundo en aquella época—. Apuesto a que has visto todo tipo de cosas a lo largo de los siglos.

—No tantas.

—¡Oh, venga ya!

—He visto sólo dormitorios, camas y armarios.

Su tono seco hizo que ella se detuviera y él continuó comiendo. Una imagen de Kaien se le clavó el corazón. Ella sólo había conocido a un imbécil egoísta y despreocupado. Pero parecía que Ichigo tenía más experiencia en ese terreno.

— Cuéntame entonces, ¿qué haces mientras estás en el libro? ¿Te tumbas y esperas que alguien te convoque?

Él asintió.

— ¿Y qué haces para pasar el tiempo?

Ichigo se encogió de hombros y Rukia cayó en la cuenta de que, en realidad, no demostraba poseer un gran número de expresiones. Ni de palabras.

Se acercó a la mesa y se sentó en un taburete frente a él.

— A ver, de acuerdo con lo que me has dicho tenemos que estar juntos durante un mes, ¿qué tal si nos dedicamos a charlar para hacerlo más agradable?

Ichigo levantó la mirada, sorprendido. No podía recordar la última vez que alguien quiso conversar con él, excepto para darle ánimos o hacerle sugerencias que lo ayudaran a incrementar el placer que les proporcionaba. O para pedirle que volviera a la cama. Había aprendido a una edad muy temprana que las mujeres sólo querían una cosa de él: esa parte de su cuerpo enterrada profundamente entre sus muslos.

Con esa idea en la mente, paseó lentamente la mirada por el cuerpo de Rukia, deteniéndose en sus pechos, que se endurecieron bajo su prolongado escrutinio.

Indignada, Rukia cruzó los brazos sobre el pecho y esperó a que él la mirara a los ojos. Ichigo casi soltó una carcajada. Casi.

— A ver —dijo él utilizando sus mismas palabras—. Hay cosas que hacer con la lengua mucho más placenteras que charlar: como pasártela por los pechos desnudos y por la garganta —bajó la mirada hacia el lugar donde, aproximadamente, quedaría su regazo a través de la mesa—. Sin mencionar otras partes que podría visitar.

Por un instante, Rukia se quedó sin habla. Y después le encontró la gracia al asunto. Y un momento más tarde empezó a ponerse muy cachonda. Como terapeuta, había oído cosas mucho más sorprendentes que ésa, se recordó.

Sí, claro, pero no lo había dicho una persona con la que ella quería hacer otras cosas aparte de hablar.

— Tienes razón, hay otras muchas cosas que se pueden hacer con una lengua; como, por ejemplo, cortarla —le dijo, y se regodeó en la sorpresa que reflejaron sus ojos—. Pero soy una mujer a la que le gusta mucho hablar, y tú estás aquí para complacerme, ¿verdad?

Su cuerpo se tensó de forma muy sutil, como si se resistiera a aceptar su papel.

—Es cierto.

—Entonces, cuéntame lo que haces mientras estás en el libro.

Rukia sintió como sus ojos la atravesaban con una intensidad tan abrasadora que la dejó intrigada, desconcertada y un poco asustada.

— Es como estar encerrado en un sarcófago —contestó él en voz baja—. Oigo voces, pero no puedo ver la luz ni ninguna otra cosa. No puedo moverme. Simplemente me limito a esperar y a escuchar.

Rukia se horrorizó ante la simple idea. No podía imaginarse lo que sería pasar siglos enteros de esa manera.

—Es horrible —balbució.

—Al final te llegas a acostumbrar. Con el tiempo.

—¿De verdad? —no estaba muy segura, pero dudaba que fuese cierto—. ¿Has intentado escapar alguna vez?

La mirada que le dedicó lo decía todo.

—¿Qué sucedió? —preguntó Rukia.

—Obviamente, no tuve suerte.

Se sentía muy mal por él. Era un milagro que no se hubiera vuelto loco. Que fuera capaz de sentarse con ella y hablar. No era de extrañar que le hubiese pedido comida. Privar a una persona de todos los placeres sensoriales era una tortura cruel y despiadada. Y entonces supo que iba a ayudarlo. No sabía muy bien cómo hacerlo, pero tenía que haber algún modo de liberarlo.

— ¿Y si encontráramos el modo de sacarte de ahí?

—Te aseguro que no hay ninguno.

—Eres un tanto pesimista, ¿no?

La miró divertido.

—Estar atrapado durante años tiene ese efecto sobre las personas.

Rukia lo observó mientras acababa la comida, con la mente en ebullición. Su parte más optimista se negaba a escuchar su fatalismo, exactamente igual que la terapeuta que había en ella se negaba a dejarlo marchar sin ayudarlo. Había jurado aliviar el sufrimiento de las personas, y ella se tomaba sus juramentos muy en serio.

Quien la sigue, la consigue. Y aunque tuviese que atravesar océanos o cruzar el mismo infierno, ¡encontraría el modo de liberarlo!

Mientras tanto, decidió hacer algo que dudaba mucho que alguien hubiese hecho por él antes: iba a encargarse de que disfrutara de su libertad en Japón. Las otras mujeres lo habían mantenido encerrado en los confines de sus dormitorios o de sus vestidores, pero ella no estaba dispuesta a encadenar a nadie.

—Bien, entonces digamos que esta vez vas a ser tú el que disfrute.

 Él alzó la mirada del cuenco con repentino interés.

—Voy a ser tu sirvienta — continuó Rukia—. Haremos cualquier cosa que se te antoje. Y veremos todo lo que se te ocurra.

Mientras tomaba un sorbo de vino, curvó los labios en un gesto irónico.

—Quítate la camisa.

—¿Cómo? —preguntó Rukia.

Ichigo dejó a un lado la copa de vino y la atravesó con una lujuriosa y candente mirada.

—Has dicho que puedo ver lo que quiera y hacer lo que se me antoje. Bien, pues quiero ver tus pechos desnudos y después quiero pasar la lengua por…

—¡Oye grandullón!, ¡relájate! —le dijo Rukia con las mejillas ardiendo y el cuerpo abrasado por el deseo—. Creo que vamos a dejar claras unas cuantas reglas que tendrás que cumplir estés aquí. Número uno: nada de eso.

—¿Y por qué no?

Sí, le exigió su cuerpo entre la súplica y el enfado. ¿Por qué no?

— Porque no soy ninguna gata callejera con el rabo alzado para que cualquier gato venga, me monte y se largue.

.
.
.

CONTINUARÁ...

¡Hasta aquí! El sexy shinigami hizo su aparición, a Rukia le va a costar horrores no rendirse a sus encantos jajajaja Pero se ha propuesto ayudarlo a salir de esa maldición, ¿lo logrará? ^^

 Estoy cambiando algunas cosas pero en general es la historia original de Sherrilyn Kenyon. Es muy entretenida y espero que os esté enganchando :)

¡No os olvidéis de comentarme aquí y en mi fanfic 'Striptease'. Pasaros a leerlo si aún no conocéis la historia!  ^^
Kiss Kiss
<3

2 comentarios:

  1. Rukia White Moon
    pobre ichigo me da mucha pena cuando cuenta que estar hay adentro es como estar en un sarcófago (tengo un grado de claustofobia y creeme que escuchar eso me puso la piel de gallina, pobre ichigo T-T) En verdad si yo fuera Rukia tambien me estaría costando mucho trabajo no lanzarme a ichigo ajaja xD
    solo me queda decir que te esta quedando muy bien y que espero la proxima actualización ^^
    OHH.. SI ESE COMENTARIO QUE PUSISTE DE INOUE CASI MUERO (CON ESO NO SE BROMEA *LLORO* T-T) NEE ES BROMA XD
    NOS LEEMOS EN EL SIGUIENTE CAPÍTLO

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola guapa, vaya.. tienes un grado de claustrofobia? que mal :( has pasado por algún momento de esos, encerrada sin poder salir?
      Me costó poner eso de Inoue pero fue por fuerza mayor jajaja Yo no quería!! Me dolieron los dedos al escribirlo en el teclado xDD
      Nos leemos! ¡Besos!

      Eliminar

¡No olvidéis comentarme! :D